Memorias

Con el tiempo el recuerdo es menos y la sensación es más.

domingo, 27 de febrero de 2011

La edad



Cuando miro al espejo por la mañana me veo a los ojos. Soy la de siempre. 
Me digo -hola, qué sueño tan increíble he tenido-. Me lavo la cara. Sacudo la cabeza. Me río y empiezo a buscar el dentífrico. Luego me pongo las lentillas. 
Entonces me veo. No a los ojos, no a quien soy por dentro. Veo el conjunto. Veo lo que se ve desde fuera. Ya no soy la de siempre. 
Echo la cabeza un poquito para atrás. Soy hipermétrope. 
Con distancia veo que mi reflejo hace una mueca. Mi mirada escudriña la imagen, como cuando pintas una pared, y esperas a que seque para ver dónde hace falta otra mano. 
Me acerco al espejo. Esta vez mucho. Tengo presbicia. 
Reviso milímetro a milímetro el contorno de los ojos. No encuentro arrugas. Por lo menos no si mantengo el rostro sereno. Pero las cejas, esas que perfilaban y marcaban mi gesto desde niña, ahora le pesan al párpado. 
Pongo mis manos sobre las orejas y tiro un poquito, sólo unos milímetros, y de pronto, ante el espejo, me veo tal cuál era hace años.  
¿Cuando gané esos milímetros de piel? 
Creo que con 39, si, fue en el 2007. 
¿Hace tanto que tuve 39? 
Suspiro. Me lavo los dientes. Estiro una sonrisa que muestre hasta los premolares.
Verifico que están completos, como si por la noche pudiese haber perdido alguno bajo la almohada. Me cepillo el cabello. Me vuelvo a mirar, esta vez voy directo a las sienes. Tengo el cabello oscuro y me gusta que haga contraste con mi piel. Ultimamente tengo problemas con esto. 
Unos finos cabellos, de esos que nacen muy al principio de las patillas, esos que ni siquiera son parte de la cabellera pues no se hacen largos, esos que debieron ser rubios en su día, o no ser. Hoy aparecen blancos. 
Entra mi marido al baño, me mira y se ríe. El tiene su cabeza gris. Tiene 47 años y desde hace diez que le empezó a cambiar, poco a poco, como rayitos de luna. Me gusta cómo se ve. Es elegante y sexy. 
Los hombres lo han hecho bien. Aguantaron el tirón en su día y voltearon las dificultades a su favor. 
Hoy por hoy, una mujer con canas es una vieja, un hombre con canas es interesante. 
En la naturaleza son los machos los que, en época de apareamiento, se ponen a llamar la atención de la hembra.
Los pájaros machos son los que tienen los colores llamativos, los que hacen las danzas y cantan. Son las jirafas machos las que pueden llegar a matarse a pescuezazos. 
¿Por qué las mujeres hemos llegado al punto de querer ser la que baila, canta y tiene los bonitos colores? ¡Es trabajo!
Debo hacer algo, no sólo por mi comodidad. Es algo que hay que enderezar. En algún momento se torció y nadie dijo nada.
Se me ocurre una idea. Mi hermana tiene una década menos y puedo empezar ahí, en los treinta. Debo convencer a las de treinta de que a los cuarenta no se tiñan el pelo. Plantearlo como una revolución. Si en su día las mujeres estuvieron dispuestas a quemar los sujetadores, con la incomodidad que eso supone si tu talla agradece una fijación al movimiento. Si podían estar en el suelo con furgonetas floreadas y con la misma ropa toda la semana. Si dejaron de rasurarse y aún así siguieron sin ningún pudor sujetando pancartas con los brazos en alto. No pintar las primeras canas no parece tan difícil.  
Que empiecen soportando aquella única que se te pone justo donde peinas la raya. Luego las que bordean las sienes. Que no caigan en la tentación de mantener la melena monocromática. 
Cuando ellas tengan 40, yo tendré 50. Ellas tendrán canas, pero serán 10 años más jóvenes. Entonces, empezaremos las de 50  a unirnos al grupo. No sería tan dramático. Si las de 40 pintan canas, con 50, llevar canas sería modernizarse.
Puede ser, que ya hay muy pocos machos humanos, y en el instinto inconsciente de las hembras está despierta la competencia por la perpetuidad de la especie. En esta competencia está claro que son las hembras menores las mayores rivales. 
O algo aún peor.
Que no sea el instinto de perpetuidad de la especie quien actúa sinuoso en nuestras voluntades. Que sea el instinto de perpetuidad en el trabajo. 
Eso explicaría por qué ahora los machos humanos han empezado con el tinte y las cremas. 
Puede que la intención en esta conducta no sea atraer al sexo opuesto. Esta conducta puede ser la respuesta a una amenaza más inmediata. Puede ser la defensa de nuestro sustento.
El grupo que viene tras nuestra generación. Jóvenes, impetuosos. Ese que aún se agacha sin soltar un uggg. Que sobrevive con un rodilla de 1 euro y al que aún no se le nota la mala noche bajo los ojos. Ese grupo nos va a barrer. 
Las canas, arrugas y flacideces faciales no pueden delatar que los años medran  la productividad. La agudeza en la resolución de problemas, lleva años  de experiencia. Pero no lleva tanto tiempo el instalar un nuevo programa informático. En veinte años más nuestra agilidad mental puede que siga igual que hoy, sin embargo la presbicia aumenta y a ella podrían acompañarle otras cosillas más.
Debemos hacer algo, no sólo por nuestra supervivencia. Es algo que hay que enderezar. En algún momento se torció y nadie dijo nada.

jueves, 24 de febrero de 2011

La misa

En casa, asistir a misa en domingo era inapelable.
Desde que dejé de vivir con mis padres, pude escaquearme de la misa con más frecuencia. Pero como comía con ellos los domingos, se ingeniaron para que esa comida empiece a las 10 de la mañana, en misa.
Cuando vine a vivir a Madrid, terminaron mis domingos de familia al completo. Y mi marido, mis hijos, y yo, nos mostramos tal cual éramos “Cristianos no practicantes de misa”
El sábado que pasó, tuve que ir por la mañana a por el Kéfir, que me ofreció la dueña del herbolario. Su tienda queda frente a la iglesia del pueblo.
No había nadie en las calles. Las cigüeñas, instaladas en los techos de la iglesia, agachaban el pescuezo aferradas a las esquinas de las paredes. Parecía que arrugaban el entrecejo, para verme más de cerca.
Junto a la iglesia, el puente de piedra cruzaba un riachuelo, que tenía una zancada de ancho. No necesitaba más. Hacía sonar sus aguas golpeándose contra las rocas. Era un escándalo. Rocas redondas y tersas. Suavizadas a base de baños.
Pensé entrar en la iglesia, hasta que abra el herbolario. Me gusta estar dentro de iglesias y cementerios. Ir y decir al silencio algo como “Pasaba por aquí”
Me iría antes de que lleguen los primeros feligreses. Antes de que empiece la misa.
La iglesia del pueblo ocupa una pequeña manzana. Tiene varias entradas y no sabía cuál estaría abierta. Empecé a buscar con la mirada si los cerrojos tenían candado.
Las cigüeñas que ya me habían visto de arriba abajo, comenzaron su clap, clap, clap. Las hojas de los árboles susurraban, y el río...
Entonces me di cuenta.
La misa de campaña sí que había empezado. Llevaba desde el alba.
Fuera, entre inmensos nidos, entre picos rojos, estaba el coro.
Bajo el puente, el párroco de toda la vida, el que llevaba ahí desde antes de que el pueblo se reconozca pueblo, recitaba en verso la liturgia completa.
Las rocas eran el libro de misa, suaves de tanto pasar y pasar sobre ellas.
En el cielo azul, las nubes escribían el Gloria.
Sí, fuera.
La misa silente o escandalosa según se tenga ojos y oídos. 
No me libro de ella.

La hermandad del Kéfir


A mi hermana y a mi nos encantan los herbolarios. Fisgoneamos entre las hierbas, los cereales orgánicos y las mieles ecológicas. Compramos todo lo que parezca rico y sea novedoso. Unas veces los aceites con omega 3, otras la miel de las abejas que sólo hayan bebido de flores de azahar ¿Harán algo parecido a una prueba de alcoholemia antes de permitirles entrar al panal? Granos enteros, molidos, troceados. Incluso llegamos a comer hamburguesas vegetales. 
Un día nos topamos con frascos de Kéfir. Pensábamos que era yogur dicho en otro idioma. Pero luego, en un supermercado, vimos: yogures de leche de vaca, yogures de leche de cabra, yogures desnatados, Kéfir de leche de vaca y Kéfir de leche de cabra. El Kéfir no lo hay desnatado.
No era Yogur en otro idioma, era otro bicho y uno que no se anda con dietas.
Antes de meterme algo a la boca suelo hacerlo pasar por google. Entonces me enteré que ese bicho no era tan desconocido. De niña, mi madre solía darnos batido de Kéfir. Ella tenía en casa ese bichito sumergido en leche y lo cernía cada noche. Ya está, debía conseguir el Kéfir.
Primero intenté comprarlo por internet, pero me lo enviaban deshidratado. Mucho me temía que no sería capaz de reanimarlo. Pensé que podían venderlo en los herbolarios. Llamé por teléfono y pregunté si tenían nódulos de kéfir para comprar. La señora, que respondió la llamada, dijo:
  • ¡Eso no se vende! (menudo susto). 
A continuación aclaró: 
  • Eso se regala. Ven el sábado por la mañana a mi tienda que te lo tendré listo.
Así entré en la hermandad del Kéfir del pueblo.

martes, 15 de febrero de 2011

Los Vedantas.

“Solo Dios es real. El mundo es irreal. El individuo no es otro sino Dios”
Encontré un sitio donde recibir lecciones de meditación Budista. Llegué muy pronto. Quería conocer el lugar y decidir si me quedaba. Era bonito. Amarillo. Parecía que el sol daba incluso en el sótano, que era donde se impartían las charlas. Había unos folletos con la agenda para el mes de febrero. Empezaba en ese momento una charla de Filosofía Vedanta. 
Demasiada información para una hora. Escucho una frase, traduzco la idea, trato de incrustarla en medio de mis conceptos, no puedo. Estoy en ese lío mental mientras llegan más frases. Estas si se enlazan fácilmente a la primera frase, pero ya es todo un constructo que no calza en mi cabeza. Si entra, navega, pero no se enlaza. Y sin enlace, a duras penas puedo repetirlo verbalmente.
¿Espectros sin “yo”? ¿Despertar y desaparecer?¿Morir en vida para ser consciente de que soy todo pero no soy?¿Total desapego? ¿Dejar hacer al todo, pero no hacer nada, porque yo no soy? 
Una señora pregunta: ¿Yo voy al trabajo, pero no soy yo, no soy quien hace el trabajo?
El ponente contesta: Tu no vas al trabajo, estas viviendo un sueño, eres el personaje de un sueño que no es la realidad. La realidad es que eres Dios. No eres tú. 
Otro sigue: El Yo insiste en existir ¿por qué?
El ponente sonriendo contesta: Porque tu mente no quiere desaparecer y te sigue engañando para que vuelvas al sueño.
Si todo esto es cierto, y mi mente no quiere desaparecer ¿No será que le toca actuar en el sueño? Si la vida es sueño, y lo sueños, sueños son ¿Tenemos aquí a un Segismundo, que desaparece en cuanto despierta? ¿Un hacer del destino libre de nuestras infructuosas apetencias de libre albedrío?
Debo ser muy primitiva, y mi mente muy aferrada a su existencia. Puesto que si  tuviese la certeza de que lo único que tengo es un sueño, y lo siguiente es ser parte del todo (algo que sucederá a la muerte del personaje quiera o no quiera), no me resisto a hacer de esta farsa de realidad todo un espectáculo casi verosímil.