Memorias

Con el tiempo el recuerdo es menos y la sensación es más.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Cuenta Regresiva

Esto de contar de retro es muy romántico, 48h para vernos, para estar ahí, para tocarnos, para calmarnos mutuamente, para volver a poner la cuenta a cero. 
Es eso!!! La cuenta a cero, el tanque lleno, el inicio del curso, un borra y va de nuevo.

Algo así sentí una vez. Estaba en misa un domingo, tenía 32 años, y así de pronto escucho que es el Año Santo, el Jubileo, hablamos del año 2000.

Yo estaba hecha un lío  esos meses, y escuchar ese borra y va de nuevo fue un alivio. Necesitaba pensar sin culpas, y de un plumazo el Papa borró todo rastro y me dio la libertad de decidir. Al año de eso me divorcié, rompí nuevamente con un destino escrito en papel de oro y arroz.

El perdón es peligroso. Lo que la culpa atrapa el perdón libera.

El próximo Año Santo es en 2025, me quedan 10 años de...

miércoles, 25 de febrero de 2015

Las horas son los sueños de los relojes

Solo debo esperar a dormir. En el día mis ojos aspiran los sonidos y por la noche la mente los saborea. Entonces decide lo que no vale la pena y lo que sí y con ellos hace un sueño.
Sólo hay una situación en la que no es necesario dormir para que me ocurra lo mismo y es cuando escucho música. Cierta música. Aunque al final imagino que viene a ser lo mismo porque en cuanto entran las notas a los pulmones, me frenan, y lentamente me abren en dos el corazón. De ahí no salen sueños sino un estallido de emoción, unas veces dulce, otras sólo es melancolía, esa sensación de haber sido arrancada de los brazos tibios de no se quién. Y empiezo a soñar despierta. Pero como estoy despierta siento la culpa de perder el tiempo, eso no se siente cuando duermes. 
Dormidos el tiempo cambia de función, deja de ser ese instrumento valioso y se convierte sólo en atrezo. 
Hace dos noches desperté a las tres de la madrugada con una de esas sentencias que caracterizan los finales de mis sueños: Un No es sólo el 70% de un Sí, sigue lo que queda hasta obtenerlo. 
Una barra de descarga con un 70% en azul estaba en mi mente. Pasan los días y aquí seguimos, imagino que al 71% ya.

Si el tiempo fuese sólo el decorado de los momentos, nada sería tan largo que duela ni tan fugaz que te deje sin aire. Las horas tendrían distintas longitudes según valga la pena seguir sirviéndose de ellas. 
Puede que seamos esa única cuerda de la teoría donde nos toca contar los segundos.

sábado, 19 de abril de 2014

La distancia entre dos puntos.



Me gusta entrar y sentir el aire y comprender que me estaba esperando, ese aire que huele a gente que no está, a ellos mismos, a lo que usan, a lo que hacen, como si sus actos al consumarse los produjeran.

Me gusta entrar sabiendo que no hay nadie y que se me espera.

Cuando paso y cierro estoy en mi castillo invisible, mi escondite con campo magnético.
Dejo afuera cuántos? 30 años!!!
Busco mis tesoros y me pongo a jugar.
Entre mis fantasmas me siento cómoda, no necesito espejos.
Aquí puedo hacerme daño si quiero, o simplemente morir. Puedo recuperarme y nacer mil veces sin necesidad de cenizas. 
Es como estar bajo el agua. Un tiempo más que un espacio. Y sé que todo esto es sólo una trampa, una trampa que me pone el destino para que vuelva al mismo sitio y poder atajarme. 

El destino no perdona y si se la juegas te persigue, gano si logro esquivarlo lo suficiente hasta igualar el tiempo de caducidad de mi cuerpo con mi deseo de vivir.

No puedo evitar volver y volver al mismo momento, al momento preciso que supe que había estado sola siempre y que así sería hasta el final.

Cuando creo que todo va a terminar en mi vida, siempre lleno mi boca con las mismas palabras. Chucha mierda!!! A continuación reacciono como una máquina desprovista de emociones, como si fuese un robot, evalúo la situación, utilizo lo que me vale, descarto lo que estorba. Una economía vital que me salva. Siempre creo que será igual para todo el mundo y luego pienso en por qué  las pelis lo cuentan tan diferente, seguro es el romanticismo, algo que no ayuda mucho en las urgencias. Lo único cierto en estas situaciones es el latido sonoro de la sangre y las estrellitas en círculo tras un golpe.
Cuando entro en mi casa vacía, me siento a salvo, a salvo del destino.

El destino se escribe en movimiento, eso es lo que creo, pero, qué pasa cuando el movimiento rompe su trayectoria natural? Pasa que todos lo que sucede luego queda atrapado en un trayectoria que tiende a hacia la elipse en busca del punto aquel en el pasado que rompió la línea recta. Creo que todo en la naturaleza usa una economía pura y la línea recta me parece lo más puro para el destino. Mi destino es antieconómico. Soy un gasto en el estado de cuentas. Pero eso me libera de rendir como inversión y me permite ser lo que me de la gana mientras no me pillen. Así he vivido desde los 15 años. Por más de que me he impuesto madurar a conciencia la elipse de mi destino me hace volver a un punto cercano a ese momento y me vuelvo a ver, casi me toco, casi y me impulso apoyándome en mi misma, o en la roca, o es el viento? Es lo que tienen los acantilados: Rocas, mar y viento.

Imagino por un momento al destino cual sujeto pensante, un genio que maneja miles de datos, un encargado de un sector dentro de una gran empresa, empleados de las Moiras. El fin de mi destino estaría dentro de algún listado, por año de nacimiento, sexo, región, tiempo esperado de vida, etc. Aún con todo este tipo de criterios  la lista sería inmensa y un asunto “cantado” como una caída de un acantilado llevaría menos atención que un contagio o un suicidio. Y eso es lo que pasó, me caí de un acantilado.


Ese día debía de ser mi último día, muchas cosas que me pasaron después se explican fácilmente si considera que no debía estar viva más que hasta ese día. Además de que a partir de entonces las palabras de mi madre se me hicieron proféticas a tal punto que durante un tiempo decidí evitar al máximo nuestra comunicación sólo por no hacerla pronunciar profecías que le salían como flores amargas de su boca al verme vivir atropelladamente. Pero ella no entendía que no iba a por algo, yo huía, intentaba alejarme todo lo posible de aquel momento en que en media caída volé.

Muchas veces he intentado recrear mentalmente ese momento para entender cómo no me maté. Pero lo más largo lo viví mirando hacia la pared o a la roca que apretaba entre mis manos, luego un giro violento y un túnel áspero que me ralló la espalda, un golpe seco en las nalgas y enseguida todo el peso de la roca sobre mi pecho aplastando y vaciando el aire de mis pulmones hasta dejarlos pegados entre si, y ahí la oscuridad con tonos de óxido adornada por un circulo de estrellas. Justo antes de frenarme acababa de pronunciar las peores malas palabras que encuentra mi cabeza en momentos así: Chucha mierda! El “mierda” es la coletilla a la primera que es la verdadera palabrota. Hay muchas palabras más gordas pero esa seguramente fue la primera de la que tuve conciencia que lograba romper los límites de la educación. 
La oscuridad al parecer era porque entré en un hoyo de la pared del acantilado, la roca con su peso me asentó y siguió, ella sí, la línea recta del destino hasta el océano pacífico con sus olas latigueando el borde de la isla.


El día en que nací y ese día con quince años forman el eje de mi elipse. A veces prefiero pensar que es más bien una curva helicoidal y que poco a poco aunque no lo parezca a primera vista, sí que me alejo de ese día y del momento en que no seguí el curso lineal de mi destino.


martes, 29 de mayo de 2012

Zippo


Bien, me explico, estaba yo escribiendo mi segunda historia larga. Llámese larga a una que no acaba de un tirón.
La primera, “He”, me costó y he de confesar que al final la acabé de un tirón al no soportar tanta demora. Tomé un atajo y salí de ella. Pero luego empecé “El camino”. Esa historia me gusta. Y coincidió con que me fui de viaje a “mi pueblo”. Allí una amiga estaba en su segunda quimio y al mes murió. 
A ver, uno en el siglo XXI no muere de cáncer sin luchar y menos con 45 años. Ella estuvo bien cuando llegué, luego ingresó porque se puso mala y en dos semanas murió. 
Hablamos del mes de mayo, cuando ella supo del cáncer en enero. Algo no cuadra.

Se supone que el luto emocional dura tres meses y eso me da la libertad para decir chorradas. 

Eterno rima con fraterno. 

Un amigo no se va, incluso si terminas la amistad, recuerdas todo hasta ese instante.

No me asusta la muerte. Estuve con mi abuelo mientras unos sujetos le inyectaban formol y hablaban del partido de football.  Vestí y maquillé a mi primera suegra. He presenciado un sin número de funerales de pilotos en los que sólo se pusieron cenizas en el ataúd. 

De algún modo todos murieron haciendo lo que quisieron. Mi amiga también, era madre, cuidaba de los suyos, pero ella no quería morir aunque tenía asumida la posibilidad.

Todos sabemos que cualquier día nos puede atropellar un tren pero nunca sucede.

Cada cual cree tener claro su papel aquí, mientras uno está vivo necesita tener claro su papel. Unos ya están jubilados, cuidando nietos, calmos. Otros en la universidad buscando su camino. Hay quienes creen que están luchando por cambiar el mundo. Otros creen que están robando tiempo. Y hay quienes creen que lo que aprovechan todo porque hoy es hoy y mañana quién dirá. Todos, ineludiblemente nos explicamos nuestro papel en este teatro. 

Muchos creemos tener buenos diálogos, mientras creemos ver a otros que solo pasan el café.

Se supone que yo soy feliz, soy una gata casera, me quieren mucho. Mi nombre significa “abeja del hogar” 

Veo a Zippo, mi nuevo perico, un agaporni celeste. Ese que llegó ayer a casa tras la muerte inexplicable y violenta de los canarios. Nadie sabe lo de nadie.

Zippo, en cuanto no me ve, comienza a roer los barrotes de su Alcatraz particular. El lo controla todo, calcula cuánto tiempo le tomará huir de la jaula a la galería. Fuera hay hurracas, cuervos, gatos, y ni un anaporni suelto con quien huir y ser feliz.

Debo ganarme su confianza, hacer que se sienta seguro conmigo, proveerle de todas sus necesidades y hasta de sus caprichos, para que se acostumbre a vivir aquí y además sea feliz.

lunes, 30 de abril de 2012

El camino (8º)

Por el camino, mi discípulo no creyente me tentó.

Teníamos una hora para pasear en domingo, comer churros recién hechos, y tomar café, él invitaba. 

Era imposible resistirme y no tanto a los churros como al estar los dos tomando café un domingo como si fuésemos mayores. 

Lo hicimos y al terminar nos dirigimos hacia un callejón, ahí él sacó una cajetilla de Celtas Cortos. 
Escondidos, frente a frente para tapar el viento que entraba por el callejón, encendió el pitillo como un experto, le dio una calada y creo que sus pupilas se relajaron y dejaron salir la luz de dentro. Sonrió. 

Cuando me tocó a mi  lo hice torpemente, lo metí en mi boca, aspiré y un ardor entró por la garganta y salió por los ojos, inmediatamente empecé a toser y a ahogarme, tiré el pitillo al suelo y cuando mi discípulo se lanzó a cogerlo, un pie lo aplastó. Un pie rollizo metido en un zapato negro y cubierto por unas medias tan apretadas que parecían a punto de rasgarse y dejar escapar la grasa de dentro. 

Levantamos los ojos y vimos a una mujer vestida de negro cerrado. “La misa ha terminado” -dijo- y se dio media vuelta.

Corrimos como alma que se lleva el diablo, pasamos por en medio del parque y casi saliendo de él mi discípulo que iba atrás mío perdió el equilibrio por el lodo resbaloso y agarrándose de mi camisa y hizo que ambos cayésemos de bruces en el fango. 

Llegamos maltrechos a casa, mi abuela nos ordenó meternos con todo y ropa en la ducha, dijo que olíamos a una mezcla de basurero, tierra y colillas de cigarrillo. 

Siempre me llamo la atención la habilidad de su nariz que a la postre tuvo que acostumbrarse al olor del Celtas y luego del Fortuna, un aroma que hasta el día de hoy me precede, no así mi fe que se quedó por el camino.


lunes, 23 de abril de 2012

El Camino (7ª)


Verle tan enlodado me recordó lo poco católico que era, detestaba ir a misa, yo también pero no por el sermón y la comunión, porque yo si que creía, mis padres habían muerto pero estaban en el cielo, y no se habían convertido en energía, ni transformado en un árbol, ellos seguían siendo ellos, y seguían acordándose de mi y de mi abuela, lo que no me gustaba en absoluto era levantarme temprano en domingo. 

A él le encantaba salir de su casa, y si podía usar el pretexto de la misa en domingo, la de la primera hora, a la que íbamos mi abuela y yo, lo usaba. Le dejaban venir porque sabían que iría a misa y que mi abuela lo atendería bien. A mi abuela le encantaba que nos acompañe, nos tomaba a cada uno de una mano y así rezaba todo el tiempo que el sacerdote hablaba.

Yo sí que escuchaba el sermón, me gustaba encontrar algún sentido a mi existencia. ¿Por qué estaba viviendo así, con mi abuela? ¿Por qué no morí en el accidente con mis padres? ¿Por qué tenía ahora un hermano? Creía que había un mensaje cifrado en cada sermón y que era mi deber ir encontrando los fragmentos hasta conseguir por fin el sentido completo. Pero él no creía en nada de eso, yo sospechaba que tanto le disgustaba su familia que no quería estar atado a ella más allá de esta vida. Pero sí atendía el sermón porque luego nos poníamos a darle distintas interpretaciones, hasta que encontrábamos algo que ni él ni yo podíamos rebatir y a eso la llamábamos “una verdad” y la anotábamos. Teníamos un montón de verdades con las que debíamos intentar esbozar la imagen de mi rompecabezas personal. Muchas veces él no estaba de acuerdo con alguna de estas verdades pero si no podía rebatirla el tenía una frase para claudicar “Cuando no da más mi  razón me someto a la tuya” , pocas veces se lo escuché decir. Yo, sin embargo, si que la usé todas las veces en que no podía darle argumentos lógicos a mi fe ciega. Pero mi fe seguía intacta, creía que todo era cuestión de tiempo, algún día llegaría a acumular una cantidad de misas suficientes para completar mi rompecabezas de verdades.

Y ocurrió que, un domingo de mayo en que mi abuela sufría un fuerte resfriado y nosotros teníamos trece años, nos dejó ir solos a misa. Había estado lloviendo y no quería enfriarse, decía que los viejos se mueren siempre de gripe. Iba a preparar un cocido para comer y también haría torrijas. Nos despedimos y nos fuimos.

lunes, 16 de abril de 2012

El Camino (6º)


Capítulo 2
  • ¿Quieres una Cerveza?¿un vaso de agua? ¿un plátano? 
     
     - No, dame una naranja.
Mientras iba a por un plato, un cuchillo y una naranja mi pecho estaba explotándome, no quería mostrarme nervioso, ni ansioso por saber dónde había estado ni por qué se había ido de ese modo. Temía que al preguntarle por todas esas cosas terminemos en uno de esos momentos extraños en los que no sabes si abrazar o disimular. De modo que me centré en pelar la naranja. Para que la coma tranquilo. 
Su voz y sus gestos me hacían pensar que lo que sea que hubiese hecho había sido bueno para él, pero el que esté todo lleno de lodo, como si lo acabaran de sacar de un documental de Nathional Geographic, me mosqueaba.
Vi como comía la naranja, lo hacía tan lento que me recordó al modo de comer de Reina Claudia.
  • Comes como Reina Claudia - le dije
Sonrió y siguió disfrutando la naranja, como si no tuviese nada que contarme, como si ya yo lo supiera todo. 
  • ¿Quieres que te pele otra?

  • No, ahora si te acepto el plátano.
El plátano se lo entregué tal cual, como se entregan los plátanos entre amigos. Y debió ser eso lo que me animó a preguntar.
-¿Dónde has estado todos estos meses? ¿llegaste a Santiago? ¿estás ahora en tu casa? ¿por qué no me contaste tus planes? ¿Sabes que me has tenido preocupado?
Me di cuenta de que había hecho justo lo que no quería, lanzarle una metralla de preguntas. Ahora no me quedaba más remedio que esperar a que desgrane cada una de sus respuestas, de modo que tomé la fuente de la fruta, la puse sobre la mesa y empecé a comerme las uvas de cuatro en cuatro.
Terminó su naranja, dejó el plato en la pila, se lavó las manos y la cara, arrancó un trozo de papel de cocina y fue empapándolo con su humedad. Alzó las cejas mirando el trozo de papel que había quedado color marrón, y dijo:
  • Creo que antes de empezar a contártelo todo he de darme una ducha. Y no, no he ido a casa aún. ¿Me dejas tu baño y me prestas algo de ropa? No quiero aparecer de este modo delante de mis hijos, ni de los tuyos. Pensarán que he escapado de un zulo en el que he estado prisionero todos estos meses, y nada más alejado de la realidad.
Y con un gesto nuevo, una especie de medio sonrisa combinada con el levantamiento de la ceja contraria a la comisura del labio sonreído, caminó hacia el baño de la piscina. Menos mal.