Memorias

Con el tiempo el recuerdo es menos y la sensación es más.

jueves, 16 de junio de 2011

“Segunda estrella a la derecha, todo recto hacia el mañana” (Kirk)






No me gusta ir al doctor, y de entre ellos el peor sin duda es el dentista, seguido muy de cerca por el ginecólogo. Gana el primero, no por ser más incómodo que el segundo, sino porque en sus consultas uno se demora mucho más.
El ginecólogo es un comprimido de incomodidad y molestias, pero acaba en 5 minutos. Y si ya llevas algunos años haciéndote las revisiones, pues usas la ropa apropiada para que  todo acabe en 3. Y esa soy yo. 
Vestida con dos piezas de tela stretch. Zapatos sin hebillas. Monto en la silla cual amazona, encajando al instante los pies en los estribos, y me voy con la misma viada con la que entré. 
Con cuarenta recibí en mi cara el primer aliento de la vejez. El doctor me mandó a hacerme una mamografía. Pregunté si había algo extraño en la revisión que me hizo y dijo que no, pero que a mi edad hay que empezar a controlar esto también. Lo hice. 
Mi venganza fue no ir a verle al año siguiente, ni al siguiente. Este año ya se me había pasado el berrinche y fui. Ya no me sorprendió que me pida otra mamografía. 
Hoy he recibido los resultados, mientras leía el informe, se dibujaba en mi rostro una sonrisa vanidosa. Esa manera tan técnica de referirse a mis domingas. Morfología y tamaño normales, abundante tejido glandular y de sostén, equilibrado esto, simetría aquello. Vamos, un piropo en toda regla. Hasta que llegué a la frase final “para su edad”
Yo caminaba con tacones, con una minifalda blanca que acentuaba el bronceado de azúcar que me hicieron ayer en la peluquería. Me vi reflejada en una vitrina de una tienda de antigüedades, y sentí que estaba del otro lado del cristal. Era el maniquí de una tienda retro .
Estaba a punto de tomar un taxi para ir a comer con mi hermana, y de pronto, un impulso juvenil se apoderó de mis tacones, y me llevaron al metro. Por unos minutos dejé de sentirme anciana y pasé a sentirme torpe. Estaba en la vía equivocada. Siempre el susto limpia mi mente de trivialidades, y mi instinto de supervivencia me guió hasta Sol.
Con mi hermana estuvimos comiendo, charlando y bebiendo. Nos reíamos del mundo, y como siempre, terminamos hablando de lo que haríamos de viejecitas. Iríamos juntas a darnos masajes al quiropráctico y nos importaría todo un comino.
Así de feliz volví casa.
Mi hijo, que estaba en la cocina, me dice:
Hay una serie que te puede gustar. -Él es mi magazine de las series. Me hace una reseña interesante poniendo hincapié en el padre del protagonista- Un actor increíble, no lo conocía, el papel y los diálogos me recuerdan a mi abuelo -mi padre-.
Pone Megavideo, busca la serie y...
¡vale, esto ya es demasiado! -me digo a mi misma- ¡Pero si es el comandante de la nave enterprise de star trek!
Mi hijo me queda mirando, con su miradilla de desaprobación y condescendencia, esa que me ponía con 4 años también, y me dice: 
No, estas confundida con aquella película donde el comandante del enterprise  es el mismo que hizo de Xavier en  X man.
Y yo, con ganas de devolverle el gesto de saber más que él, no pude decirle nada. No sabía, para nada, a triunfo, el haber visto navegar al enterprise, cuando lo comandaba el Capitán Kirk. 
Veo en sus ojos el reflejo del cristal de la tienda de antigüedades.
¡Vale, esto ya es demasiado! (por segunda vez en el día). Creo que llevo por lo menos 3 post dedicados a quejarme de que ya se me pasó el arroz, que se me fue el tren, que empecé el declive, etc. 
¿Qué hago yo mirando los cristales de las vitrinas?
¡Yo soy de entrar a comprar!
Siempre he pensado que uno tiene lo que se merece, y que uno se merece todo lo que se permita a sí mismo.
Creo que voy a comer arroz, montada en un tren sin frenos y en declive. Iré a tal velocidad, que subiré sin problemas el siguiente repecho.

viernes, 10 de junio de 2011

La hipótesis fija de Dalila




“Sin embargo, después que fue rapado, el cabello de su cabeza comenzó a crecer”  Jueces 16:22

La lectura implica un análisis de información del texto a nivel global, sobrepasando los límites perceptuales, centrando la atención en la búsqueda de significado como objetivo principal. 
El elemento “Texto” aporta al sujeto la información lingüística, textual y discursiva. El referente “Contexto” hace referencia a las intenciones del lector, a las modalidades de lectura y a las finalidades de la situación.
En el estudio de McGinitie, Maria y Kimmel,  que señala las características del lector considerando la lectura como un proceso interactivo entre el lector y el texto, se expone que: 
Un mal lector que atiende de manera excesiva a sus conocimientos, decide el tema general desde el comienzo de la lectura, ignorando los detalles que va aportando el texto. 
A esta estrategia empleada por los sujetos la llamaron “no-acomodativa”. Difícilmente aprenden de lo que leen, ya que centran su atención en lo que conocen del texto. Estos sujetos aprenden del mundo que los rodea, del lenguaje oral.
De igual forma, un mal lector, que confía excesivamente en la información que viene del texto, descuida detalles que este aporta, y por tanto es difícil que construya una idea general del escrito leído. 
Este grupo genera una hipótesis con base en las primeras oraciones leídas del texto, y a partir de ahí intenta explicar el texto completo, tratando de acomodar los datos contradictorios a la hipótesis inicial. Por esto se ha llamado a esta estrategia de “hipótesis fija”. 
El estudio concluye que quienes utilizan la estrategia de hipótesis fija, presentan una especial dificultad con textos de estructura inductiva (textos que escriben la idea central al final y no al inicio) pues en su interpretación pierden detalles importantes, ocasionándoles una comprensión errónea y sesgada del tema principal.

Estos estudios se aplican en la enseñanza de la lectoescritura en niños de primaria, así se  pueden desarrollar las habilidades para su dominio.
Definitivamente mi hermana Raquel no alcanzó estas habilidades. Además, puedo afirmar con certeza que adolece de “hipótesis fija”.
A estas alturas no voy a trabajar en el desarrollo de sus habilidades. Prefiero prevenir las consecuencias y empezar a hablarle de forma deductiva (la idea central al inicio).

¿Que por qué digo esto?

Sábado por la mañana. Un sol maravilloso. Raquel me insta a broncearme. Hace una loa a los rayos y su efecto saludable. Recurre a la necesidad de sintetizar la vitamina D y el calcio. Por fin me convence. 
Para soportar el martirio, decido aprovechar el tiempo. Pienso que, si me recorta las puntas de mi cabello, puedo ponerme una mascarilla todo el tiempo que permanezca en la tumbona, y luego meterme a la bañera.

Me acerco a su tumbona, con tijera y peinilla en mano, y digo textualmente:
 “Córtame el pelo muy recto, dos centímetros”
Hipótesis fija: Cortar el pelo, recto, bla, bla, bla.
Pues esos 18 cm que me faltan me dan el derecho de llamarla Dalila, y así lo haré hasta recuperarlos. Creo que tardaré un año. 
Pero como dice mi madre, el cabello crece todos los días.



domingo, 5 de junio de 2011

Atrapar la emoción


El equipo de música que había en casa era un Sony de alta definición. Mi padre ponía los Long Play con mucho cuidado, sobre todo en el momento en que la aguja tocaba el disco, que ya giraba desde que se levantaba el brazo. Solían ser de Charles Aznavour. Me quedaba embobada escuchándole decir “la bohème” o “forrrrrmidable”, cuantas más erres parecía que era más formidable. Y así, vocal a vocal, se fue formando en mi mente la idea de cómo sería vivir en Paris. Y, con ello, mi íntimo deseo de ser azafata de vuelos trasatlánticos.


Cuando mi hermano trajo su walkman a casa, ya teníamos la edad para que Aznavour sonase muy retro. Nosotros escuchábamos a Pink Floyd, Queen, Led Zeppelin, Rush y Police.


Grabábamos en cassettes la música que queríamos gritar. A veces el cassette tenía sólo una melodía, repetida todas las veces que cabía en el lado A. Y en el B también.


Mis cassettes no tenían los nombres de las canciones, ni de los grupos. Yo les ponía el nombre de la emoción que me producían.


Recuerdo mucho el “Corta venas”, ese era para cantar en el coche, en un viaje largo a la playa. El “Friends” era para cantarlo ya al terminar la noche, y sólo entre las más íntimas. Ahí estaban muchas de Police y de Queen. El “Farra” era para cuando estábamos decidiendo a dónde iríamos, un ambientador. El “no tocar” era sólo para mí. Mucho me había costado la selección, y el trabajo de grabar, como para que alguien, buscando alguna música que seguro no estaba ahí, lo estropee adelantando y retrocediendo la cinta.


Los discos no eran para ser trajinados. Tenían su sitio, como los libros.
No había alcanzado yo la mayoría de edad, cuando llegaron los CD`s. Y pasó mucho tiempo, hasta que por fin se pudieron quemar CD`s con la selección personal de música. Hoy, hasta esto suena retro.


Escucho música online. Tengo el Genius en el ordenador, que crea mis listas de reproducciones. Y me parece genial. Pero hoy he ido a un concierto de piano, y el pianista es amigo mío. Al salir he comprado uno de sus CD`s. Su música, sus manos, sus modos. Seleccionado por su espíritu. Ya en el coche lo he puesto. Y, por un momento, sentí que era mi cassette, ese al que llamé en su día “Friends”.

jueves, 2 de junio de 2011

Spinoza, es el principio.



Aquí estoy, lejos. 
Donde quería, donde en su día decidí. Y me digo: ¿Lo decidí?
Según Freud no hay coincidencias. No hay situaciones aleatorias. No hay mayor determinista que él.
Las personas que me han acompañado durante el camino en que me “he hecho” no están junto a mi.
Tengo mucha gente que guardo en mi memoria. Mis amigas, aquellas que me acompañaron parte, o todo el trecho.
Muchas siguen conmigo, conectadas a fuerza de internet. Otras lejanas, a pesar de que nos duele. 
Mi historia. Lo que me define, se cuenta a trozos. Trozos lejanos. 
¿Soy una suma de trozos?
¿Soy un trozo de ellas?
Hoy es un día de esos, en los que se recapitula, a pesar de que la razón indica parar.
Hay una persona que conozco, que lee unas cinco novelas al mes, cuando menos. Adoro leer sus críticas. Me parece alguien tan limpio. Tan impetuoso.  Hoy leí que pretendía empezar con la ética de Spinoza.
Y me pregunto: ¿Seguirá siendo tan inocente, una vez que entre en el mundo del cuestionamiento?

No es lo mismo leer literatura que filosofía. No es lo mismo, porque la literatura es la historia que nos cuenta alguien, y la filosofía es la lectura que nos lleva a leernos a nosotros mismos. 
A veces esa lectura nos pone tan tristes. Nosotros frente a nosotros. Nuestros motivos frente a nuestros principios. Nuestra fe frente a nuestra razón.
Le diría tantas cosas para disuadirlo.
¿Ya leíste a Descartes? ¿Eres ateo? ¿Quieres estar confundido, justo ahora que tu hija tiene menos de cinco años?
¿Comulgas con los Estoicos? ¿Comulgas con los Cínicos? ¿Puedes encontrar la esperanza intrínseca de los Nihilistas?
Sigue con el idealismo. Persigue la historia coherente. Critica la literatura.  Lee una novela cada tres días. Domina ese arte. Ese que no espera ser protagonista, pero si exige rigor.
Creo que te voy a perder, como mi lector de cabecera, amigo mío. 
Cuando empieces a diferenciar la Causa de la Sustancia. Y cuando esta sea además la que construya el piso de todo lo demás. Entonces te rebelarás. Ya no será Spinoza. Ese determinismo estoy segura que te será inaceptable.
Puede que camines por el Nihilismo. Puede que te divierta Schopenhauer, hasta que su razón no te sea suficiente. Y puede que sea tu propia voluntad la que te obligue a alejarte de todo eso. 
Yo, me he quedado a medio camino. Un burro estacionado. Ni para atrás, ni para delante. 
Sigo leyendo, es un vicio. Pero leo, como quien estudia una lengua extranjera. Es el único modo que encuentro, para leer filosofía, sin cuestionar 43 años de decisiones.