Doler es uno de esos verbos que cambia de intensidad según el pronombre que lo conjuga. Cuando la conjugación empieza con el reflexivo me es cuando alcanza su mayor expresión, sobre todo cuando lo conjugo yo, Amalia.
No soporto el dolor físico. Cuando a mi me duele algo puedo acabar con una farmacia, de hecho, he dejado boquiabierto a más de uno que ha presenciado un evento de estos, y es que si me duele no caben vergüenzas.
Leí algún artículo médico que explicaba el daño que hace al cuerpo la ingesta de antiinflamatorios.
“Hay analgésicos con propiedades antiinflamatorias y otros que carecen de esas propiedades (o sea, los que no calman). Los efectos tóxicos que se presentan a continuación son causados por las propiedades antiinflamatorias...”
Me gusta más llamarlos desinflamatorios porque suelen tomarse cuando ya se ha inflamado la parte del cuerpo que nos duele y es cuando no estamos para lecturas.
Me levanto como puedo de la cama, camino arrastrando los pies hacia el botiquín a por el segundo naproxeno en menos de una hora y, justo en el tiempo que toma mi cuerpo en pasar de horizontal a vertical, me viene a la mente el dichoso artículo médico, entonces, como si de un conjuro se tratase digo “ah, para lo poco que dura la vida” y voy decidida a ingerir el veneno que calme el dolor, pero, de mi cama al baño hay siete metros, suficientes metros para que mis neuronas empiecen a discutir.
¿Están de acuerdo con lo que acaba de decir?
¿Es la vida corta?
La vida no es corta ¡es larguísima!
El problema es que se vive en el mismo envase.
Envase que se está degradando naproxeno a naproxeno.
¿Se dañará el hígado?
¡Los riñones!
Umm, recordemos el artículo.
Y mientras mis neuronas van a por la información, que seguro está a más de siete metros, mi mano ya ha llegado con la pastilla a mi boca y rueda sin remedio por mi tráquea.
Genial me encanta este artículo.
ResponderEliminarGracias Carlos :)
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