Compro lotería cada semana, y cada festivo, y esos días en que coincide el año y el mes. También compro cuando el vendedor de un puesto, de esos instalados en la calle, me mira, hace algún ruido, o simplemente me parece de rostro dulce. No busco un número determinado porque creo firmemente que la que lo gana soy yo y no un número, siendo así, da igual si es el cinco o el doble cero. Pero siempre pregunto ¿Cuánto se gana con un billete? Y ese instante empiezo a decidir el mejor modo de gastarlo. Por eso no compro el euromillón, es demasiado trabajo. Disfruto más con cantidades menores a veinte millones.
Cuando lo tengo en mis manos, busco algún bolsillo secreto en el bolso, esos pequeñines que hay por todos lados pero en los que no entra nada, y ahí, como un huevito al calor de unas alas, se queda a esperar la fecha señalada.
Por supuesto que compré la lotería de Navidad, la compré el 21 de diciembre justo cuando el hombre ya cerraba y eso me pareció una señal. Me parece que acababa en 32, ahora que lo pienso el hombre me lo dio sin más, ni me preguntó qué número quería, pero eso no me pareció una mala señal, no creo en las malas señales.
He llegado a la conclusión de que compro esos cinco minutos en los que distribuyo mentalmente el premio, y quedo tan satisfecha que mi mente descarta como tarea el revisar si acaso lo he ganado. Cuando me acuerdo de que no revisé el número premiado y que ya no se dónde está el billete, suelo pensar que he sido millonaria unas cuantas veces y tan filántropa que lo he donado todo a la propia institución. Esos premios no cobrados...son los míos.
Bueno, la tuya es otra forma de mirarlo, acá decimos que la lotería (monopolio estatal hasta no hace mucho) no es más que otra cosa un impuesto por soñar.
ResponderEliminarUn impuesto por soñar..¡Qué fuerte!
ResponderEliminarPues hay que escaquearse de este ¡fraude fiscal!
Un abrazo