Cuando miro al espejo por la mañana me veo a los ojos. Soy la de siempre.
Me digo -hola, qué sueño tan increíble he tenido-. Me lavo la cara. Sacudo la cabeza. Me río y empiezo a buscar el dentífrico. Luego me pongo las lentillas.
Entonces me veo. No a los ojos, no a quien soy por dentro. Veo el conjunto. Veo lo que se ve desde fuera. Ya no soy la de siempre.
Echo la cabeza un poquito para atrás. Soy hipermétrope.
Con distancia veo que mi reflejo hace una mueca. Mi mirada escudriña la imagen, como cuando pintas una pared, y esperas a que seque para ver dónde hace falta otra mano.
Me acerco al espejo. Esta vez mucho. Tengo presbicia.
Reviso milímetro a milímetro el contorno de los ojos. No encuentro arrugas. Por lo menos no si mantengo el rostro sereno. Pero las cejas, esas que perfilaban y marcaban mi gesto desde niña, ahora le pesan al párpado.
Pongo mis manos sobre las orejas y tiro un poquito, sólo unos milímetros, y de pronto, ante el espejo, me veo tal cuál era hace años.
¿Cuando gané esos milímetros de piel?
Creo que con 39, si, fue en el 2007.
¿Hace tanto que tuve 39?
Suspiro. Me lavo los dientes. Estiro una sonrisa que muestre hasta los premolares.
Verifico que están completos, como si por la noche pudiese haber perdido alguno bajo la almohada. Me cepillo el cabello. Me vuelvo a mirar, esta vez voy directo a las sienes. Tengo el cabello oscuro y me gusta que haga contraste con mi piel. Ultimamente tengo problemas con esto.
Unos finos cabellos, de esos que nacen muy al principio de las patillas, esos que ni siquiera son parte de la cabellera pues no se hacen largos, esos que debieron ser rubios en su día, o no ser. Hoy aparecen blancos.
Entra mi marido al baño, me mira y se ríe. El tiene su cabeza gris. Tiene 47 años y desde hace diez que le empezó a cambiar, poco a poco, como rayitos de luna. Me gusta cómo se ve. Es elegante y sexy.
Los hombres lo han hecho bien. Aguantaron el tirón en su día y voltearon las dificultades a su favor.
Hoy por hoy, una mujer con canas es una vieja, un hombre con canas es interesante.
En la naturaleza son los machos los que, en época de apareamiento, se ponen a llamar la atención de la hembra.
Los pájaros machos son los que tienen los colores llamativos, los que hacen las danzas y cantan. Son las jirafas machos las que pueden llegar a matarse a pescuezazos.
¿Por qué las mujeres hemos llegado al punto de querer ser la que baila, canta y tiene los bonitos colores? ¡Es trabajo!
Debo hacer algo, no sólo por mi comodidad. Es algo que hay que enderezar. En algún momento se torció y nadie dijo nada.
Se me ocurre una idea. Mi hermana tiene una década menos y puedo empezar ahí, en los treinta. Debo convencer a las de treinta de que a los cuarenta no se tiñan el pelo. Plantearlo como una revolución. Si en su día las mujeres estuvieron dispuestas a quemar los sujetadores, con la incomodidad que eso supone si tu talla agradece una fijación al movimiento. Si podían estar en el suelo con furgonetas floreadas y con la misma ropa toda la semana. Si dejaron de rasurarse y aún así siguieron sin ningún pudor sujetando pancartas con los brazos en alto. No pintar las primeras canas no parece tan difícil.
Que empiecen soportando aquella única que se te pone justo donde peinas la raya. Luego las que bordean las sienes. Que no caigan en la tentación de mantener la melena monocromática.
Cuando ellas tengan 40, yo tendré 50. Ellas tendrán canas, pero serán 10 años más jóvenes. Entonces, empezaremos las de 50 a unirnos al grupo. No sería tan dramático. Si las de 40 pintan canas, con 50, llevar canas sería modernizarse.
Puede ser, que ya hay muy pocos machos humanos, y en el instinto inconsciente de las hembras está despierta la competencia por la perpetuidad de la especie. En esta competencia está claro que son las hembras menores las mayores rivales.
O algo aún peor.
Que no sea el instinto de perpetuidad de la especie quien actúa sinuoso en nuestras voluntades. Que sea el instinto de perpetuidad en el trabajo.
Eso explicaría por qué ahora los machos humanos han empezado con el tinte y las cremas.
Puede que la intención en esta conducta no sea atraer al sexo opuesto. Esta conducta puede ser la respuesta a una amenaza más inmediata. Puede ser la defensa de nuestro sustento.
El grupo que viene tras nuestra generación. Jóvenes, impetuosos. Ese que aún se agacha sin soltar un uggg. Que sobrevive con un rodilla de 1 euro y al que aún no se le nota la mala noche bajo los ojos. Ese grupo nos va a barrer.
Las canas, arrugas y flacideces faciales no pueden delatar que los años medran la productividad. La agudeza en la resolución de problemas, lleva años de experiencia. Pero no lleva tanto tiempo el instalar un nuevo programa informático. En veinte años más nuestra agilidad mental puede que siga igual que hoy, sin embargo la presbicia aumenta y a ella podrían acompañarle otras cosillas más.
Debemos hacer algo, no sólo por nuestra supervivencia. Es algo que hay que enderezar. En algún momento se torció y nadie dijo nada.
Declararle la guerra al tinte es declararle la guerra a la industria cosmética, desde que tenemos 15 queremos tener mas pecho, pestañas, culo, etc todo menos kilos, nos matamos de hambre, nos matamos haciendo gimnasia pero al final solo importa como nos sentimos. Solo nos engancharemos a los que nos gusta, creo que los 40 será hacer gimnasia porque nos gusta, pintarnos el pelo si nos gusta y no operarnos si no nos gusta, debemos aprender de las burradas hechas a los 15 para sacarnos partido física e intelectualmente a los 40. Me preocuparé a los 50
ResponderEliminarYo estoy por dejar de usar lentillas, y usar las gafitas esas sólo para lectura.
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