En casa, asistir a misa en domingo era inapelable.
Desde que dejé de vivir con mis padres, pude escaquearme de la misa con más frecuencia. Pero como comía con ellos los domingos, se ingeniaron para que esa comida empiece a las 10 de la mañana, en misa.
Cuando vine a vivir a Madrid, terminaron mis domingos de familia al completo. Y mi marido, mis hijos, y yo, nos mostramos tal cual éramos “Cristianos no practicantes de misa”
El sábado que pasó, tuve que ir por la mañana a por el Kéfir, que me ofreció la dueña del herbolario. Su tienda queda frente a la iglesia del pueblo.
No había nadie en las calles. Las cigüeñas, instaladas en los techos de la iglesia, agachaban el pescuezo aferradas a las esquinas de las paredes. Parecía que arrugaban el entrecejo, para verme más de cerca.
Junto a la iglesia, el puente de piedra cruzaba un riachuelo, que tenía una zancada de ancho. No necesitaba más. Hacía sonar sus aguas golpeándose contra las rocas. Era un escándalo. Rocas redondas y tersas. Suavizadas a base de baños.
Pensé entrar en la iglesia, hasta que abra el herbolario. Me gusta estar dentro de iglesias y cementerios. Ir y decir al silencio algo como “Pasaba por aquí”
Me iría antes de que lleguen los primeros feligreses. Antes de que empiece la misa.
La iglesia del pueblo ocupa una pequeña manzana. Tiene varias entradas y no sabía cuál estaría abierta. Empecé a buscar con la mirada si los cerrojos tenían candado.
Las cigüeñas que ya me habían visto de arriba abajo, comenzaron su clap, clap, clap. Las hojas de los árboles susurraban, y el río...
Entonces me di cuenta.
La misa de campaña sí que había empezado. Llevaba desde el alba.
Fuera, entre inmensos nidos, entre picos rojos, estaba el coro.
Bajo el puente, el párroco de toda la vida, el que llevaba ahí desde antes de que el pueblo se reconozca pueblo, recitaba en verso la liturgia completa.
Las rocas eran el libro de misa, suaves de tanto pasar y pasar sobre ellas.
En el cielo azul, las nubes escribían el Gloria.
Sí, fuera.
La misa silente o escandalosa según se tenga ojos y oídos.
No me libro de ella.
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