Memorias

Con el tiempo el recuerdo es menos y la sensación es más.

domingo, 7 de agosto de 2011

El rectángulo de felicidad.

Hoy he vuelto a casa. He deshecho las maletas. He revisado a cada ser vivo, y siguen vivos. Luego he reservado 20 minutos para mi. Me he metido en la bañera.


Mi bañera mide 180 cm de largo y 90 cm de ancho. La rodea un tubo curvo de donde cuelgan dos cortinas. En un extremo se levanta una ducha y cuando la abres parece que llueve dentro.


Cuando reformamos el baño, buscamos la bañera más grande que cupiera en aquel rectángulo de dos metros cuadrados. Mientras la instalaban, yo compraba sales y burbujas a la espera del estreno.


El día señalado preparé el agua, y cuando todo parecía ser perfecto, me metí.


Casi me ahogo, no había manera de acomodarse. Mido 165 cm y no podía llegar al extremo con mis pies para sostenerme, y “aflojar el cuerpo” sumergido en las sales y burbujas. Sólo podía sentarme con el torso incorporado, en cuyo caso quedaba media espalda sumergida en agua muy caliente y la otra media lista para la neumonía.


Llevo dos años experimentando y he llegado a encontrar el modo de disfrutar en ella. No la lleno.


Como quepo libremente, hasta he llegado a hacer una serie de 50 abdominales dentro, me acuesto, abro la ducha y me llueve encima. Suelo usar el talón de tapón, para que se llene un poco, pero en cuanto sobrepasa el codo lo retiro. De lo contrario floto sin control. Lluvia de agua caliente. Su ruido constante golpea mi cara y el suelo de la bañera junto a mis oídos. Cierro los ojos y en ese rectángulo de dos metros cuadrados soy feliz.


Debo decir que me considero una persona capaz de sentirse feliz en casi cualquier situación. Pero esta es una felicidad distinta. Es una felicidad que no surge como consecuencia de un esfuerzo. No es un logro. Ni siquiera es una felicidad buscada. Es la felicidad más generosa que he conocido.


Nací en una ciudad tropical. Desde que tengo memoria la lluvia forma parte de nuestra vida. Nos marca el año aunque tengamos muy pocos. Llegan las lluvias en enero. Y con ellas llegan los mosquitos. Llegan los problemas en el tráfico. Las inundaciones. Y las vacaciones escolares. Pero cuando eres una cría, sólo importa esto último.


De ahí que mi bañera me regale esa sensación de vacaciones. Esas vacaciones de verdad, donde no hay que preocuparse de nada más que de tirar todos los cuadernos y sacar los trajes de baño. Salir al patio de casa en plena tormenta. Enlodarse los pies. Tirarse boca arriba a que te llueva encima. Y cuando escampe buscar un arco iris entre las nubes.

4 comentarios:

  1. Sólo falta la ligera brisa de la víspera, cuando piensas: ¿Me dejarán bañarme en el patio? Y luego el olor a lluvia que lo inunda todo

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  2. Y cuando acaba, el olor a tierra mojada, y el color encendido del barrio recién bañado, el asfalto más azul, la tierra más marrón, las hojas verde brillante, y los pájaros que por fin salen a volar.

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  3. Pues en la zona templada del norte donde habito, es decir, entre el trópico de cáncer y el círculo polar ártico, a decir por como sume el agua al quitar el tapón de la bañera girando en la misma dirección que las agujas del reloj, siempre se ha dicho: "si estás aburrido, echate en agua".

    El plato-ducha mató "al rectangúlo de felicidad", la manera más intima de matar el aburrimiento y de ensimismamiento.

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  4. En el museo Intiñan en Quito tienen una pila con un barreño debajo. la ponen justo sobre la línea ecuatorial y el agua cae a plomo, si la mueves un pelín arriba o abajo ya empieza sus giros.

    Para cuando me lleguen los años donde el plato de ducha se imponga, espero tener dentro una silla reclinable, y a ser posible con masaje shiatsu incorporado.

    ;)

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