Memorias

Con el tiempo el recuerdo es menos y la sensación es más.

domingo, 26 de febrero de 2012

HE (cuarta entrega)



IV

María estaba sentada en un sillón celeste intenso junto a un sofá amarillo descolorido, un olor a amoníaco salía del baño. El sillón estaba girado hacia la ventana para que su mirada perdida se moviera por el horizonte. 


Miguel se acercó y se sentó en el filo del sofá. Respiró como quien bebe agua y dijo:
  • María, soy Miguel, he venido porque recibí la carta de tu padre.
María se giró, lo miró y parecía que todo el tiempo que lo hacía le costaba el oxígeno de sus pulmones. Cuando estaba a punto de ahogarse tomó aire sin abrir la boca y sus ojos que peleaban por mantenerse fijos en los del Padre empezaron a llorar.

Miguel la abrazó, la apretó queriendo sacarle todo el miedo del cuerpo.

- María, he leído la carta y sabes que nos la ha mandado a ambos. No hace falta que me cuentes nada, ni que lo expliques, yo sólo he venido a consolarte, a darte fuerzas y si acaso a ayudarte a comprender a tu padre y lo que le ha llevado a escribir todo eso. Tu sabes que él no estaba bien, la medicación para sobrellevar su estado mental, luego el cáncer, todo eso ha hecho que él arme esa locura como explicación a todo lo que no pudo entender. Tienes que ser fuerte, sobreponerte a esto y volver a tu vida.

María se había calmado, se soltó del abrazo y miró al Padre a los ojos, esta vez su mirada ya no estaba cuajada de lágrimas y miedo, había algo parecido a la resignación.
  • Ha leído la carta Padre, pero no ha entendido nada.



Héctor rebuscaba en el salón, había encontrado a María ahí mismo, con la mirada perdida, y si hubiese tenido la carta en sus manos él la habría visto, ella no se había movido de la entrada, tenía que haberla leído ahí. Recordó que Boss estaba lamiéndole la cara cuando él entró, corrió por todo el piso buscando papeles rotos en el suelo pero no había nada, Boss no era de esos. 
Entró en la habitación, por si ella hubiese leído la carta ahí pero no había rastro de carta, papel o sobre. Decidió pensar como lo habría hecho María. 

La carta no debe haber llegado al buzón porque María no bajaba al buzón sino él. La carta tiene que haber sido certificada, tendría que haber dejado subir al cartero, ella se habría puesto nerviosa y habría cerrado todas las puertas, se habría cerciorado de que era el cartero de siempre o le habría hecho meter la carta por debajo de la puerta, en cualquier caso se habría ido enseguida de la entrada hacia la cocina y la habría leído ahí. Corrió a la cocina pero no había nada, ni siquiera la silla estaba retirada de la mesa para sentarse. La debe haber leído en la entrada, pensó, en la silla de respeto junto al reloj, ahí donde la encontró sentada, pero ahí ya había buscado, incluso debajo de los muebles. 

Miró el reloj, estaba parado ¿Cuánto tiempo había pasado desde que llevó a María al hospital?  Iba a darle cuerda pero se frenó, su vida se había frenado, no le daría cuerda hasta que ella volviera. 
¿Qué podía decir esa carta, qué cosas del pasado, quién era su padre y cómo pudo hacerle tanto daño? Héctor se negaba a culpar a María de nada, pero tampoco podía dejar de ser racional. Todo tiene un orden, no lo vemos pero ese orden existe. Y entonces pensó en los pasos que dio él al llegar aquel día, la tomó en sus brazos, la llevó al dormitorio, le puso el pijama y la acostó, al día siguiente la vistió para llevarla a la iglesia  ¡El delantal! 
Fue corriendo al dormitorio y buscó entre su ropa que aún estaba tirada en la descalzadora, ahí, casi fuera del bolsillo estaba la carta.

La cogió y salió hacia la entrada con el estómago hecho un puño, se sentó, se puso las gafas y   empezó a leerla.



Querida María:

Te escribo esta carta con la certeza de que no nos volveremos a ver. He rogado al Padre Miguel que te traiga pero tú no has querido. Él no entiende el motivo, yo si. Sé por qué no has venido y eso me hace ver que sigues pensando en que las locuras de tu madre son ciertas y eso me da miedo. 
Las cosas que pasaron cuando tu madre vivía creía que las habrías olvidado, eras muy pequeña, que sólo recordabas las frases que te hacía repetir y que no entendías, pero repetías obedientemente. Yo se que esto que viviste te ha marcado, pero también creo que algo en ti no está bien, nunca lo estuvo. 
Las enfermedades mentales se heredan, incluso creo que se contagian, yo mismo puedo servir de ejemplo. Tu madre me enloqueció, me llevó al desequilibrio y sólo estando en este hospital he vuelto a encontrar tranquilidad. Pero tú María, tú tenías cosas muy raras desde niña, esa compenetración con tu madre no era normal. Alimentabas sus ideas delirantes, le seguías el juego aún cuando yo te explicaba que no debías hacerlo. 
He tratado todos estos años de entender lo que pasó ese día, el día en que tu madre murió. María, tu le diste las pastillas, ella no sabía dónde yo las guardaba, las escondía para evitar un suicidio y tú lo sabías, sabías que nunca había que mostrarle a mamá dónde estaban, que eso la mataría. Yo llegué y te encontré feliz, dormida, abrazada a tu madre muerta. 
María, estaba fría y muerta, había vomito en la cama, había convulsionado, y tu estabas ahí y dormías feliz. Eso no es normal María.
¿Recuerdas lo que me dijiste cuando entré y te pregunté qué habías hecho? ¿Lo recuerdas María? Yo sí que lo recuerdo, lo tengo grabado en mi memoria. Me dijiste que no habías sido tú, que vino un hombre a entregar la fruta, que no era el de siempre, era uno que traía un demonio dentro, y que ese demonio entró en ti y te hizo darle las pastillas a tu madre y que cuando se aseguró de que estaba muerta hizo que abrieras la ventana y se metió en una paloma que salió volando. Eso fue lo que me dijiste María y yo no pude con ello, me volví loco. 
Tardé un año en recuperarme y pensé que seguramente tu madre te dijo todo eso, que ella te convenció de que le digas dónde estaba su medicación, y que luego te dijo lo que quería que pienses.
Agarrarme a eso me dio fuerzas para volver y hacerme cargo de ti. Pero fue muy duro María, porque yo iba descubriendo cómo todos los síntomas de la locura de tu madre anidaban en ti. Unas veces eras buena conmigo, otras te temía. Diez años viví para ti, te cuide, me llenaba la cabeza de trabajo para no pensar, para no volverme loco. Me cansé María, pensé que si seguía contigo pasaría algo muy malo, o tú me harías daño o te lo haría yo y por eso me fui. 
He seguido tu vida, te iba mejor sin mí. Vi tu confirmación, así conocí al Padre Miguel, él me ha  ayudado mucho, ha tratado de darme consuelo aunque el pobre no sabe que esto no lo tiene.
Me convenció de que eras feliz, tu marido y tus hijos te llenaban. Te llenaban María, te llenaban.
Cuando me dijeron que tenía cáncer y que no tenía ninguna esperanza, te busqué, y al ver que no querías verme me di cuenta de que el Padre Miguel estaba engañado. Tu seguías con tus locuras, esas donde los demonios entran y salen de la gente vacía, esa locura que te hace vivir encerrada y temerosa. 
¿Qué pasa María? ¿Por eso no quieres ver a tu padre en su lecho de muerte? 
¡Claro que es por eso! No has cambiado nada, si es posible estás aún más loca que tu madre, al menos ella no mató a nadie.
Estoy seguro de que ahora no puedes esconderte de quién eres.
Te escribo esta carta sabiendo que no le hablo a una niña indefensa, sino a alguien que es una amenaza. La escribo con la esperanza de que esa madre que has sido para los tuyos sepa protegerlos de tus demonios.
Tu marido debería saber el peligro que corren sus hijos, él mismo, o cualquiera que tu mente enferma convierta en un portador de demonios y entonces de nuevo no serás tú quien empuje a alguien, quien dé un veneno, no. Tu siempre dirás que un demonio entró en ti, y luego te echaras a dormir una siesta. 
Ahora María ¿Qué harás? ¿Tu marido sabe lo que tienes dentro? Tu madre sí me lo decía, pero tú eres más lista, tú manipulas a los que te rodean para que crean que tus motivos son otros. La débil María. La pobre María huérfana, porque sé que para todos yo estoy muerto. Eso has dicho, y eso es lo que siempre has querido. Pero no María, yo aún estoy vivo y puedo escribir estas cartas. Una para ti y otra para el Padre Miguel, él tiene derecho a saberlo todo. Tu marido también lo tiene pero él no es cosa mía. 
Yo tenía que advertirte, tenía que despertarte, alguien tiene que hacerlo.
No tengo posibilidades de sobrevivir para ver tu reacción, o la de tu marido si lee esta carta. ¿Qué dirás María? ¿Negarás que los demonios están buscándote?



Boss estaba junto al reloj mirando su correa de paseo que colgaba detrás de la puerta del recibidor, Héctor lo vio, había que sacarlo a dar una vuelta antes de que pudiese ir al hospital. 



2 comentarios:

  1. jajaja, y yo que creía que era ahora cuando María diría lo suyo y ha sido el padre el que ha sido el protagonista de la cuarta entrega.

    ResponderEliminar