Memorias

Con el tiempo el recuerdo es menos y la sensación es más.

lunes, 13 de febrero de 2012

"HE" (Segunda entrega)


-II-
El Litio pierde un electrón para tener un nivel electrónico exterior completo y así obtener la estructura de electrones de los gases nobles. Ser estable.
Todos en la universidad le admiraban. El comentario de los chicos en los pasillos, al salir de su clase, estaba siempre acompañado de una cara alegre. Cuando se abría el período de matrícula, la clase que primero se llenaba era la de Hector. Incluso sus compañeros del claustro le admiraban. Profesor He le llamaban. He no por Hector sino por Helio, un gas noble.
A él le hacía gracia. En el fondo sabía que se había convertido en Helio pero que había sido Litio. Antes. Cuando su vida se movía buscando enlaces. Cuando había esperanza.
Un elemento que decidió sacrificar toda una capa. Quedarse con la capa anterior al movimiento. Perder ese electrón y a cambio ser estable. 
El movimiento había perdido su atractivo. Sólo la cola de Boss  le recordaba lo que había sido. Y cuando le hablaba quedamente, hasta Boss lo olvidaba. Ambos se olvidaban del pasado y se sentaban junto a la ventana. Héctor con un libro en sus manos. Boss mirando el temblor de la pierna de su amo. Cuando el temblor se detenía, Boss le miraba a la cara. Cuando las miradas se cruzaban, Hector aflojaba el libro y encajaba su rostro entre sus manos. Respiraba el aire viciado de sus propias exhalaciones. Recuperaba la calma. No quería pensar en María. No podía dejar de pensarla.
Amaneció el Domingo de Resurrección. Vistió a María. Ella se dejaba. La tomó del brazo y se fueron a misa. La sentó en el banco de siempre. Cuando vio entrar al sacerdote en el confesionario, Héctor dejó  a María sentada, con su bolso en la falda. Fue a hablar con Miguel, el sacerdote con el que María solía hablar los domingos, cuando los chicos aún eran críos. Cuando todavía comía pollo y paseaban viendo escaparates.
Miguel ya no estaba. Ahora estaba Enrique. Un sacerdote joven y alegre. Se acercaron a María pero ella ni se dio cuenta. Seguía con la mirada fija dentro.
A Miguel, lo habían destinado a un poblado en Africa. Volvía a Madrid cada seis meses. Enrique le dijo a Héctor que llegaría en tres semanas. Pero María necesitaba algo pronto. 
Ese domingo de resurrección María entró en una unidad psiquiátrica, temporalmente. 
Joaquín hizo todos los papeles y acompañó a Héctor toda la tarde. Le convenció que allí estaría más segura. Al menos no se podría hacer daño.
Sus hijos fueron a verle por la tarde.  En cuanto llegaron a Madrid. Al principio Héctor pensaba no avisarles hasta que terminase el feriado, nada podían hacer. Pero luego se le ocurrió -Un mismo número de protones y electrones dan la estabilidad al elemento, si ella nos tiene a todos juntos...es lo único que se me ocurre. Lo siento chicos -pero los chicos sabían que su presencia no sumaría nada, fueron por él.
Pasaron las tres semanas y Miguel llegó a Madrid. Tenía el recado de llamar con urgencia a Héctor. Cuando leyó el mensaje supo que María se había perdido. También sabía lo que Hector le pediría y le dolía pensar en él. -¿Cómo confortarlo? -pensaba mientras iba en el taxi hasta el sanatorio.
María había sido una niña muy tranquila. Hija única. Sus padres habían sido hijos únicos los dos. Para cuando ella cumplió los dieciocho ya habían muerto ambos. Se quedó sola en el piso de la calle de Modesto Lafuente. Justo arriba del piso que alquilaba Héctor con dos compañeros más, mientras acababa la carrera.
Se conocieron en el portal recogiendo el correo del buzón. Hector solía decir a sus amigos que el vivía debajo de un ángel. Se saludaban en el ascensor por la mañana, se volvían a saludar a medio día. De tanto saludarse se enamoraron. Él era un chico muy metódico. Adoraba el orden. Cuando por fin se graduó siendo el número uno de su promoción, fue corriendo donde María y le pidió que se casase con él.
María había terminado el colegio cuando se quedó huérfana. Por fin podía quedarse en casa. Era muy reservada, con todos, menos con Héctor. Con él podía hasta tomar café y charlar sin sentirse presionada. Su voz tan suave le daba confianza. Por eso, cuando le pidió matrimonio, no dudó en darle el sí.
Hector sólo tuvo que mudar sus cosas un piso más arriba. 
Entró enseguida a formar parte del claustro de la universidad. Quería dar clase a primero. Así podría entusiasmar a los chicos y enseñarles el amor por la química. Quitarles la idea de que era una materia árida, y demostrarles el movimiento continuo que la definía.
Tuvieron a sus tres hijos casi en seguida. María estuvo embarazada, o con un niño de pecho, por 5 años consecutivos.  Nunca se la vio más guapa ni más feliz.
Héctor nunca sintió que la timidez de María fuese un problema, todo lo contrario, era parte de su belleza. Él solía quedarse mirándola de lejos, cuando ella hacía sus cosas. La estudiaba, memorizaba sus movimientos. Le parecía tan perfecta. Solía susurrarle a los niños palabras amorosas cuando les ponía el pijama. Al acostarles les cantaba villancicos aunque no fuese navidad. En esa época no lloraba.
Los domingos en misa se sentaban en el banco que quedaba cerca del confesionario. Así María podía hablar con el Padre Miguel y mirar de reojo a Hector que se quedaba con los tres. Cuando volvía al banco sonreía y tomaba en sus brazos a Luis, el más pequeño. Victoria se quedaba en los brazos de papá y Joseja de pie en el reclinatorio.
El día que Luis cumplió los tres años cayó en domingo. Victoria había cumplido los cinco hacia un mes y Joseja cumpliría los siete el mes siguiente. Ese día fue el primer día que María lloró al salir del confesionario. Hector le preguntó el motivo pero ella le dijo que era de felicidad. Ni ella se veía feliz, ni Hector convencido. 
Los días que vinieron después no ayudaron. Joseja estaba entusiasmado con su fiesta de cumpleaños. En su escuela, todos sus amigos tenían una. María no quería tanto barullo. Le gustaba la idea de estar los cinco frente a la tarta en el comedor, cantarle el feliz cumpleaños, soplar las velas y entregar los regalos. Así había sido siempre. Pero Joseja no se conformaba. Al final Hector organizó el cumple en un centro infantil. Invitó a sus compañeros y estuvo toda la tarde conversando con las madres y disculpando a María, que se había quedado con el pequeño Luis, agripado, en casa.
A Luis le dio una fiebre muy alta esa noche y María le dijo a Hector -Nunca mientas con la salud -Héctor tuvo un mal presentimiento. Y él no era hombre de presentimientos. Pero ese día se vio a si mismo mintiendo, el resto de su vida, por ella.

4 comentarios:

  1. Me esta gustando mucho. ¿Tres entradas solo, nos prometes?. Me sabrá a poco.

    ResponderEliminar
  2. El tercero ya está terminado y listo para el lunes que viene, pero seguro hace falta un cuarto porque no he escrito el desenlace!

    ResponderEliminar
  3. Pues deja abierta la trama, sí te parece bien, introduces algunos personajes que lleguen hasta hoy desde el pasado y narrando algo de lo acontecido durante su época, justifiquen la actitud ante la vida de esos seres que nos has presentado ya, podría nacer una buena novela social y psicológica. Besosos.

    ResponderEliminar
  4. En el tercero si que entra alguien del pasado, y con él una duda que aún no la he resuelto pero tengo 10 días hasta el siguiente lunes :)

    ResponderEliminar