Memorias

Con el tiempo el recuerdo es menos y la sensación es más.

domingo, 19 de febrero de 2012

"HE" (Tercera entrega)


-III-
El taxi aparcó cerca de la entrada del Hospital de la Paz. Miguel bajó sin prisas. Estaba cansado. No había dormido. Pero lo que realmente le tenía ofuscado era María. 
Encontró a Hector en la sala de espera de la planta psiquiátrica. Habían pasado más de cinco años sin tener noticias de María. LLevaba tres años destinado en África. Sentía que había pasado toda una vida. En cuanto vio a María fue como si todo hubiese sucedido ayer.
Miguel aún tenía en su memoria la imagen de María, quien con dieciséis años, se le acercó y le dijo: Padre, quiero ser monja. 
Por entonces él era un joven sacerdote, encargado de la preparación a la confirmación en la parroquia del Perpetuo Socorro. 
Miguel se sorprendió, no tanto por lo que le dijo María, sino porque en todas las reuniones que había tenido, nunca le había escuchado pronunciar una sola palabra. Y no queriendo asustar más, a una chica tan tímida, empezó diciendo que podían hablar de los sentimientos que tenía ella, y que le llevaban a pensar en dedicar su vida al servicio de Dios. 
Hablaron sobre la vocación, y los distintos caminos que podía tomar, pero como ella mostraba una dificultad grande para expresar lo que tenía dentro, él le tranquilizo diciendo que no tenía que resolverlo todo en un día. Y así, tras cada reunión de catequesis, se quedaban charlando por largo rato. 
María, tras dos años de preparación, y con la confirmación a la vista, había llegado a la conclusión de que no tenía lo que se necesitaba para vivir la vida al servicio de Dios. Le faltaba fortaleza de carácter y seguridad en sus ideas. 
Ella,  que pensaba que ese era el refugio ideal, entendió que aquello podría ser peor. Y decidió, que terminado el colegio, no iría a la universidad. Se dedicaría a vivir una vida pacífica en su casa, donde tenía todo bajo control.
Miguel, en esos dos años conociendo a María, llegó a la conclusión de que era una chica muy frágil. Con un temor que la paralizaba. Tenía miedo de volverse loca. 
Según lo que María contó a Miguel, a lo largo de esos años, su madre había vivido deprimida casi toda su corta vida. Con tan solo treinta y cuatro años, se suicidó.  María, que entonces tenía seis años, la encontró en la cama, y pensando que dormía, se acurrucó a su lado hasta que llegó su padre. Fue entonces cuando el horror apareció en su vida. Su padre tenía un carácter muy violento. Y cuando vio a su mujer sin vida, enloqueció. Los gritos hicieron que los vecinos llamaran a la policía, y ésta se lo llevó. 
Al no tener parientes vivos, y cuerdos, María terminó viviendo un año en un centro de acogida. Al año, su padre volvió, y regresaron a su casa. La vida desde entonces fue un rito casi mecánico. Todo estaba programado en un tablón en la cocina. Su padre lo rehacía cada domingo. Sólo entonces María podía verle sonreír. Rellenaba cada recuadro mientras repetía lo que debía ocurrir en ese lapso. 
  • Desayunaremos a las ocho y luego te llevaré al colegio. Volveré a casa a revisar el correo. Trabajaré en mi despacho y enviaré los proyectos. Tomaré el medicamento e iré a recogerte -contaba María a Miguel, repitiendo la frase de memoria, como quien lo ha oído cientos de veces.
María vivía con temor el descontrol de su padre. Aunque tenían una situación económica holgada, fruto de las herencias de ambos progenitores, ese supuesto trabajo en sus proyectos, más que calmarle, muchas veces lo aceleraban. 
Solía llegar, a las puertas del colegio, sudoroso y hablando de forma nerviosa. Repetía una palabra en la que parecía haberse quedado atascado. Luego eso le enfadaba. 
Un día, el padre no pudo aguantar más esos atascos, y desapareció. María tenía entonces dieciséis años, y fue cuando Miguel la conoció.
El día de la confirmación había llegado. Miguel estaba contento, todo había quedado muy bien. Al salir un hombre se le acercó, y le pidió con urgencia que le confiese. Volvió a entrar en la iglesia, y ahí atendió al hombre, que se presentó como Bruno Parodi, padre de María.
Miguel guardó silencio un momento, y decidió confesarlo sin hacer preguntas. Bruno tenía un semblante muy afligido, estaba delgado y las manos le temblaban, aunque él se afanaba en sujetarlas entre sí. Parecía estar viviendo una vida ordenada,  porque iba limpio y bien vestido. Y aunque se agitaba, él mismo hacía serios esfuerzos por controlarse. Daba la impresión de estar haciendo algún ejercicio mental aprendido, que por cierto, funcionaba.
Bruno no quería decir nada hasta estar seguro de que todo estaba bajo el secreto de la confesión. Empezó diciendo, que él no mató a su mujer, pero tenía miedo de matar a su hija. Ese miedo le hizo huir de ella. Pero no quería que ella lleve el peso de tener que visitar a su padre loco, en el psiquiátrico, y por eso no le dijo dónde estaría. 
Miguel trataba de llevar la confesión sin que Bruno se altere. Le preguntó si seguía un tratamiento con fármacos, y Bruno le dijo que sí. Pero, que tenía miedo de que su hija vuelva a matar. Miguel se alarmó, y le preguntó si se refería a la muerte de su mujer, Bruno asintió con la cabeza, y luego soltó un sí, con la voz quebrada. Miguel le dijo, que tenía entendido, que su mujer se había suicidado. Bruno negó con la cabeza, y luego dijo: no.
Miguel no podía comprender qué le había llevado a Bruno a ir a la iglesia, y presenciar la confirmación de su hija, para luego buscarlo a él, y decirle esto, que sin duda sería el delirio de un esquizofrénico certificado.
Miguel le preguntó si era consciente de que se estaba confesando ante Dios, y que nada de lo que dijese ahí lo sabría nadie más. Pero que la verdad es algo muy distinto de las conjeturas. Decir que su hija mató a su madre era algo muy serio, y a menos que él tenga alguna prueba de que eso fue así, debería pensarse mejor las explicaciones que se da a un hecho, que es en sí mismo, algo incomprensible.
Bruno se puso pálido, y se levantó del reclinatorio. Miguel salió, y lo vio llorando. 
  • Acuérdese siempre de mi  -le dijo Bruno, mientras le dejaba en la mano un papel con las señas del hospital donde vivía recluido voluntariamente, y se fue.
Desde entonces, Miguel visitaba a menudo el centro psiquiátrico, donde Bruno continuaba repitiendo aquella primera confesión, lo hacía en el mismo orden y con las mismas palabras.
Miguel llegó a entender, que aquella confesión no era realmente una confesión, sino una repetición compulsiva de su mente. Algo dentro de la mente de Bruno, estaba
buscando una salida.
Cuando Miguel volvió a encontrarse con María, habían pasado unos cuántos años. Él volvía a su antigua parroquia y ella estaba casada y con tres críos. La chica que en su día quería esconderse en unos hábitos, era ahora una madre feliz. O lo fue, hasta el día en que Miguel tuvo que decirle a María que su padre quería verla.
No reaccionó bien a la noticia. Ella había hecho de cuenta que su padre había muerto. Miguel le contó que su padre vivía en una institución psiquiátrica, desde que se fue de su casa. Le contó a María el encuentro con él al acabar la confirmación, y todo lo que Bruno le había permitido contar. Todo menos la confesión. Pero Bruno estaba enfermo, un cáncer le estaba ganando la batalla, y eso le había decidido a buscarla.
María nunca dijo nada a Miguel. A veces, al acabar la confesión, Miguel le preguntaba  si quería ir a verle, incluso se ofrecía a ir con ella. Pero María se persignaba y se iba a sentar al banco, a escuchar la misa.  Así siguieron hasta que María dejo de ir.
Al poco tiempo Miguel volvió a África, pero nunca dejó de visitar a Bruno, en sus breves estancias en Madrid. Bruno aguantó bien la quimioterapia. Vivió mucho más de lo esperado. Un día en que Miguel recibía el correo de Madrid,  encontró una carta del sanatorio donde vivía bruno, ahí se enteró de que Bruno había muerto una semana atrás. 
Le contaron que murió tranquilo y que lo único que pidió es que se echaran al correo dos cartas. Una era la que le había llegado a Miguel. La otra era para María. 
Tenía previsto estar en Madrid en dos semanas. Lo primero que iba a hacer al llegar, sería ir a ver a María. Necesitaba saber, si lo que escribió Bruno para él, se lo había escrito también a ella, y temía que María no pudiese con ello. Cuando el padre Enrique, le dio el mensaje de Hector y le contó cómo vio a María, el alma se le fue al piso. 
Debía encontrar esa carta. Y fue lo primero que le pidió a Hector.
  • Héctor, creo que se lo que ha provocado esta reacción en tu mujer, no me pidas que te lo explique porque me obliga el secreto de confesión, sólo decirte que no tiene que ver con el presente de María, todo esto viene de muy atrás.  ¿El padre de María se puso alguna vez en contacto contigo en estos años?
Hector no sabía siquiera que su padre vivía, y ahora sentía que estaba más perdido que antes. Ese espíritu etéreo que le atribuía a su mujer, esa pena permanente, la melancolía que la hacía más bella ¿tenía un origen real? ¿Aquel silencio, aquella mirada perdida, estaba puesta en coordenadas terrestres? ¿Eso que la robaba tenía nombre y apellido? ¿María, su María, le había mentido todos estos años?
  • No Padre, nunca se puso en contacto conmigo.
          -¿Habéis recibido una carta hace un par de semanas?
  • No lo sé, con todo esto no he revisado el correo.
           - Pues ve ahora mismo y trae toda carta extraña que veas, puede estar firmada por Bruno Parodi, ese es el padre de María. Ha estado internado en un centro psiquiátrico desde que María cumplió los dieciséis.
- Iré ahora mismo Padre.
            - Ve hijo, ve, yo estaré con María.

8 comentarios:

  1. Sobre unas ascuas me dejas. ¿Seguro que lo vas a rematar en la próxima entrega? Me parece que la trama da para mucho más.

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  2. Nooo, jajaja, la próxima por fin vamos a escuchar a María, creo. Tengo hasta el domingo para perfilarlo. :)

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  3. Uff! Me asuste! Pense que este era el final y me quede asi con cara de ¿¿quee??
    Me encanta esta historia por entregas, como en los viejos folletines. Buenos personajes!
    Abrazo!

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  4. jajajajaja, no Pelusa, no les haría eso, que yo también quiero saber qué va a pasar!!!!!
    Por ahora tenemos ya el cuarto casi listo con la idea rematarlo, como dice Carlos, en el quinto.

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    1. Ah! Es que habia entendido en la nota introductoria que a la tercera seria la vencida... Me gusta la historia. Besos!

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    2. Y habías entendido bien Pelusa, lo que pasa es que al escribir el tercero salió un cuarto y me temo que un quinto, jejeje

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  5. buena intriga, supongo que el final estara a la altura de la primera parte !!! un besito !

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