Memorias

Con el tiempo el recuerdo es menos y la sensación es más.

lunes, 12 de marzo de 2012

El Camino (1ª)


Llegó de su viaje con otra cara, entre alelada de tanta felicidad e incrédula de lo que sus propios ojos habían visto. Su mochila venía rota, sucia y menos llena de lo que sin duda se había ido.

Mi amigo tiene cerca de cincuenta años, los diez últimos ha sido francamente infeliz. Pero uno no deja de ser lo que es a pesar de la tristeza, y él ha sido, es y será un perfeccionista. Y esto no lo digo como un atributo negativo, nada más alejado de eso. Para mí es un sujeto admirable. Su deseo de perfección lo salva de ser aburrido.

Sus diez años de desgracia a los que me refiero empezaron con su matrimonio fracasado, ahí es cuando su perfecta vida termina irremediablemente, cuando deja de ser el perfectísimo marido de, el perfectísimo padre de, y se convierte en una visita molesta en su propia casa. No llegó a divorciarse, creo que él era incapaz de certificar su imperfección. Lo que hizo fue alejarse metódicamente.
Empezó saliendo de casa más temprano y llegando más tarde, eso remontó su negocio de una forma impresionante. Pero los fines de semana eran un problema. La tensión del sábado y el domingo le provocaron un ataque de ansiedad que le llevó al psiquiatra. Negado como es para aceptar que en una cápsula se encuentra la cura de una molestia, y creyendo firmemente que a él le provoca somnolencia incluso una aspirina, atendió más el objetivo del remedio que su dosificación y encontró otra vía para conseguirlo. Se convirtió en senderista. Esto hizo efecto rápidamente, y no volvió a tener otro ataque en su vida.

Lo acompañé al principio de sus pequeñas excursiones, ambos vivimos en la Sierra de Madrid. Mi único accesorio para tales fines fue un par de botas de montaña. Él, en cambio, adquirió una serie de implementos que volvían el paseo en algo parecido a la lectura de instrucciones del uso de la bicicleta. Iba desgranando los pasos, que si la postura de la cadera, que si la tela adecuada para los calzoncillos, incluso se metía con la cantidad de agua que debía beber y cada cuánto tiempo. Yo hacía como si eso me interesaba, porque sabía lo importante que era para él hacerlo bien. Y así se convirtió en menos de un año en un experto.  Dejé de acompañarle cuando encontró un grupo que organizaba este tipo de salidas por los senderos de la sierra y que entendían y compartían su emoción por el atrezo.

Mi amigo encontró un sitio en el que podía hacer las cosas del modo correcto y verificarlo al final del día. Se fue alejando de sus angustias, de su mujer, de su casa, y de sus amigos. Se fue alejando de lo que para mí era él. Su único nexo con su pasado era la realidad física y su deseo de perfección.

Además de ser amigos de infancia, éramos vecinos. Nuestras casas compartían calle. La mía estaba en un fondo de saco y la de él al principio de la calle del lado izquierdo. En su chalet el garaje estaba situado a la izquierda, de modo que para aparcarlo en batería tenía que llegar hasta mi casa, girar y volver, así entraba directamente sin tener que efectuar la maniobra dentro de su casa, de ese modo evitaba manchar la bonita baldosa de barro cocido que tapizaba su entrada. Eso era típico de él, casi lo definía. Este detalle consiguió que a pesar de la distancia que crecía entre nuestras historias, no dejemos de saludar una o dos veces al día. 


Al principio los saludos eran largos, llenos de comentarios sobre sus excursiones, con el tiempo se convirtieron en un simple ademán.
Yo me sentía culpable de esto, porque fui quien evitó las charlas sobre su nueva afición con el detalle que sólo él era capaz de contar. Pero, sinceramente, yo no lo veía en lo que él contaba. Me hablaba de lo que le ocurría a un desconocido, ese que vivía ahora en su cuerpo y se emocionaba con las experiencias en la montaña, porque eso era el nuevo término “La Montaña”.

Y así estaban las cosas cuando dejó de saludar. Dejé de verle cada mañana al pasar por su casa cuando yo iba con los chicos al colegio, dejé de verle cada tarde cuando él avanzaba al fondo de saco para dar la vuelta, simplemente dejé de verle.

Mi mujer pensaba que podía haber sucedido lo inevitable, que se hubiesen separado. Ella no mantuvo amistad con la mujer de mi amigo, nunca le gustó y ahora no tenía que soportarla. De modo que, dado que su móvil comunicaba permanentemente, sólo podíamos especular. Cuando me cansé de especular llamé a su hermana, pero ella sabía menos que yo, tampoco tenía relación con su cuñada y de su hermano sólo tenía alguna referencia sobre un viaje programado para el verano. 


Me acerqué al centro de senderismo al que se había afiliado y ahí me dieron más detalles. Me dijeron que había decidido hacer el Camino de Santiago sólo.

Con lo de “Sólo” entendí que este viaje era un viaje de vuelta, que se había dado cuenta de que ya era hora de volver a recuperar su cuerpo, que su cuerpo lo extrañaba y tenía que ir allá donde sea que creyere que andaba su espíritu para volver completo. Eso quise creer yo, que también lo extrañaba, o que era el único que lo hacía.

6 comentarios:

  1. interesante historia aunque veo un poso de tristeza en tus personajes.....con lo vital y alegre que tu eres.....jijijijiji

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    1. Es que si los pongo a bailar en una pata será autobiográfico, jejjeje. La verdad es que cada personaje toma forma conforme avanza la historia, el humor inmerso o los detalles en que se fijan si me pertenecen pero el resto creo que se nutre de la gente con la que he tomado contacto a lo largo de mi vida.

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  2. Muy buen comienzo, me sorprende que escribas en masculino y además sobre el camino, que no se termina hasta que llegas a mi casa. Lo cual me anticipa muchas gozosas páginas para leer por delante.

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    1. Aprendí a hablar en masculino porque tengo un hermano un año mayor. Cuando jugábamos o charlábamos siendo niños tenía que hacerme a él y a su grupo de amigos. De hecho mis amigas aparecieron en mi vida con doce años, jejeje

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  3. interesante el principio

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