Memorias

Con el tiempo el recuerdo es menos y la sensación es más.

sábado, 28 de mayo de 2011

He comprado unas sandalias

Son para el verano. Tacón medio, suaves, con una correilla de cuero, justo en el límite del empeine con los dedos.
Me gustan tanto que las uso incluso en casa.
Al andar, los tacones producen un sordo toc toc.
Mis perritos al principio se confundieron. Al escucharme salir de la habitación, corrían a ver si llevaba mi bolso. Al ver que no, volvían al frío piso de la galería.
Hoy mi hijo me ha dicho:
"Si usas esas sandalias en casa, no sabré si estás por salir"
Y entonces me he quedado pensando. Pero esto de pensar más de un minuto en una cosa, me lleva ineludiblemente a mis recuerdos.
Lo primero que ha venido a mi memoria, es la llegada de mi ex a casa. El es piloto. Llegaba con su casco que olía a cuero.
Las botas tenían un ruido inconfundible. Y ese ligero olor a gasolina, casi imperceptible. Y yo, con dos bebes en casa, era feliz en ese momento.
El olor a pan es mi segundo recuerdo. Mi padre llegando a casa. Siempre con una bolsa enorme de pan recién horneado. Y su voz diciendo “Princesitas mías”
Y por supuesto, el recuerdo más fuerte. La llegada de mis hijos de la escuela. El olor a niño sudado. Yo entendí el cuento del ogro buscando a Juanito, el de las habichuelas, cuando tuve a mis hijos. “Huele a niño” decía el ogro. Y es verdad, es imposible no encontrar a un niño, en una casa, en pleno verano.
El olor de Madrid. Recuerdo cómo distinguía el olor de esta ciudad. El taxi. Los árboles con troncos negros, y sin hojas en invierno. El olor a frío. El ruido.
El siguiente recuerdo es el que aprendí en un centro de Alzheimer. Cuando llegaba y entraba. Ese olor. Olor a anciano. Una mezcla de medicina y talcos.
Detengo mis recuerdos, para darme cuenta de que todos son de llegadas, no de partidas.
Y pienso. Por qué mis perros, y mis hijos, atienden mi partida más que mi llegada.
Lo lógico, me parece, en este caso, buscar la respuesta en el recuerdo de mi madre.
Ella huele a sueño. Siempre dijo que era deber de toda madre oler delicioso. Debe apetecer respirarla. Y apetece.
Va a cumplir 70 años, y sigue siendo mi pequeño frasquito de perfume. Suave al tacto como la alpaca. Pero aún así, no está en el conjunto de recuerdos de llegadas. Pero si tengo en mi memoria sus sonidos al irse. Su voz seria. Como para que no nos relajemos en su ausencia. Los sordos toc toc de sus tacones. La frase de “sácame el coche del garaje”. La retahíla de ordenes a todo el que pasaba por su lado.
Su mirada tierna, y sus mimos, para con los cachorritos de casa.
Ahora la entiendo. Hago lo mismo.
Le digo a mis perritos, todo lo que no puedo decir a mis hijos. Ya son hombres.
Ya no puedo decirles: “Mi amor, ya vuelvo. No sufras en mi ausencia. Yo pienso en ti todo el tiempo que no estamos juntos. Mientras estoy fuera, solo sueño con llegar a casa. Abrazarte y respirarte. Nada ahí fuera es mejor que estar contigo”

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