Mi discípulo apareció por la puerta el 28 de diciembre a las diez de la mañana, trajo dos máscaras. Mi abuela había hecho masapanes de almendra y polvorones que yo desayunaba con una taza de leche tibia. Se sentó y empezó a contarnos de dónde había sacado esas máscaras. Una no sabíamos lo qué era, pero asustaba. La otra era un hombre llorando. O un fantasma llorando, no supimos bien. Dijo que las había encontrado en el desván de su abuelo mientras jugaba con sus primas, entre unos baúles llenos de ropa vieja había encontrado ese botín. Como las niñas se habían asustado y echado a correr el pudo esconderlas bajo su camisa y sujetarlas con el cinturón.
Mi abuela le preguntó si había desayunado y dijo que no. Le pasó una taza de leche tibia y se llenó de polvorones la boca, tanto que cuando quiso decir que estaban riquísimas se formó una nube a su alrededor. Terminamos de desayunar y le mostré mi Palé, y a la Reina Claudia ante la cual hizo una reverencia. Decidimos salir con las máscaras a la calle y luego de comer Pavo calentado quedarnos toda la tarde jugando el Palé.
Jugamos al Palé toda la semana, hacíamos que la Reina Claudia moviese las fichas. Mi abuela estaba más que contenta, por fin tenía ruido en casa. Yo también estaba contento, pero me seguían inquietando dos cuestiones. La primera de ellas era no saber lo que había hecho que él y mi abuela llorasen aquél día. Y la segunda, menos importante pero no menos recurrente era ¿qué fruta comían los padres?
Me había imaginado que un padre debía comer plátano, primero por estar más bueno, porque no costaban mucho y porque no tenía pepitas. Un padre tenía que tener ese tipo de razonamiento para decidir sobre la fruta. No me imaginaba a un padre comiendo granadas, con tanta pepita y tan poca comida. O piñas, en general no me lo imaginaba comiendo frutas que manchen o tengan una innecesaria incomodidad, habiendo plátano claro está. También podía comer naranjas, porque se las pasarían peladas y troceadas a la mesa. No me lo imaginaba comiendo uvas, por tener la boca más grande, a menos que se las comiese de cuatro en cuatro y escupiera las pepitas. Pero no sabía como introducir ninguno de esos dos temas de forma casual.
Increíblemente fue Reina Claudia la que me dio la oportunidad de hablar de frutas y padres. Estábamos jugando al Palé cuando mi discípulo me preguntó por qué le habíamos puesto ese nombre, si ella más parecía una chirimoya. Eso me hizo reír a carcajadas y le dije, es verdad, y mi abuela parece un plátano, y el se rió y dijo, es cierto, es buena, suave y con el pelo amarillo, y echamos a reír los dos. Luego él siguió sólo, a su hermana la comparó con una piña, redonda y con espinas, a su madre con un pepino, siempre poniendo verde a su padre. Y ahí dije yo:
- y tu padre ¿qué fruta come?
Realmente no venía a cuento pero o lo preguntaba entonces o nunca. Entonces él se quedó pensando un tiempo largo, parecía que iba a contestar y se lo volvía a pensar hasta que dijo:
- Naranjas, si, come naranjas
Yo sonreí, y estaba seguro de que me habían brillado los ojos.
Terrible pregunta esa de cual fruta come el padre de cada cual, al mio le recuerdo comiendo naranjas con cuchillo y tenedor y adiestrandonos como se hacia.
ResponderEliminarAnda; pero si resulta que abro el facebook ese y resulta que eres una jovencita, casi adolescente. ¿Has cumplido los 18?. Besosos
ResponderEliminarjajajaja, los he cumplido dos veces y media :)
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