Aquí estoy leyendo el periódico de mi ciudad en mi ordenador y comiendo pistachos, Leo entra por su puertecita del salón y me mira preguntándome cuánto tiempo más me queda antes de irnos a acostar. Yo, con el sabor del pistacho y la mirada de Leo sólo puedo tener una cosa en mi mente, mis padres.
Ahora mismo estarían charlando en su habitación comiendo pistachos, Leo estaría con ellos descansando y esperando a que la noche termine y el sol vuelva para su paseo matinal, ese que tanto gusta de hacer con sus abuelos para disfrutar de su amor.
Mañana operan a María Elena y seguro que todos en casa están a ratos rezando, a ratos haciendo yoga, y casi todos los ratos meditando, la actividad colectiva de la casa, hasta Coco y Sebas estarán en la onda dog-a.
María Elena estará nerviosa pero se calmará, con la calma de todos que le hablarán como si se fuese a hacer un corte de pelo sólo que un poco más largo, así no alimentan sus miedos, aunque realmente es quien más sabe de quirófanos y anestesias, ella nos da la vuelta en experiencias con esta situación.
Pero es igual, que no se ponga nerviosa o se pone necia, o le da por llorar, aunque es fácil tranquilizarla, sólo hace falta un chiste, una mirada segura y listo, a por otra cirugía, sus miedos se ahogan en compañía.
Jéssica irá de sargento, seguro, hasta la voz le sonará más grave mañana, apurará a todo el mundo como si de una cuadrilla de obreros se tratase, si todos cumplen su parte todo saldrá bien y eso la tranquiliza, sus miedos están atados con su mando.
Alberto llamará varias veces, todo lo que su trabajo y la cobertura celular le permita, él será quien le cuente el chiste, le ofrecerá llevarla a comer justo lo que no podrá hacer en dos semanas y se volverán a reír, como hombre criado en mi casa su miedo aparece cuando toca y no antes.
Raquel controlará el tiempo desde su trabajo, llamará para coordinar los pensamientos en el momento justo en que entre a quirófano, repetirá un mantra que se convertirá en su escudo, un ruido que espante sus miedos y se agotará hasta que llegue la llamada que diga todo ha salido bien.
Mi mami se entregará a Dios, esa es la sabiduría que ha ido almacenando con tanto hijo y con tanta gente que ha pasado por su mano pidiendo concejo, contando tragedias. Entregarse a Dios y confiar.
Si ella ya no está en sí sino que está en Dios sus miedos no tienen dónde alojarse.
Mi papi minimizará el riesgo de la operación y pondrá el énfasis en los cuidados, siempre ve a los médicos con respeto y, aunque sabe lo que le van a decir, no se adelanta. Es como un director de orquesta que asiente cuando el violinista hace bien su ejecución, pero si no la hace ¡ay! pobre del doctor, como ese oculista que tan mal le cayó, mal violinista, échenle de la orquesta.
El énfasis que pondrá mi padre en los cuidados tiene otra lectura y es que, además de ser importante, es lo único que se tiene realmente en las manos tras una operación, es de lo que se puede ser responsable, y esa es su palabra, él es responsable y espera eso de todos.
Él no manda, él espera. A estas alturas tiene ganado el derecho a esperar eso de todos nosotros. Sus miedos quedan atrapados en la red de la responsabilidad, si ésta está bien tejida no se escapan.
Y yo, lejos de todos y tan cerca, sintiéndolos, amándolos, segura de que la meditación trascendental, esa que hace despojarse del cuerpo para viajar y unirse al Todo, existe, pero no como la explican los libros de metafísica, sino como la vivimos nosotros.
Yo vivo en ustedes, me muevo en ustedes, siento todo lo que allá en la casa se siente. Sin sentarme con los ojos cerrados, sin tener la postura del loto, aquí, abrazando a Leo, leyendo El Universo, sin hacer ningún esfuerzo por poner la mente en blanco, he dejado de estar aquí, en Madrid, estoy allá, en Guayaquil, en casa, en todos ustedes y todos ustedes que son mi Todo están en mí.
Este amor de pertenencia, este ser conjugado que se replica en nosotros cada vez, la esencia nuestra; viaja, vive y siente. Se ha ido pegando en nuestras venas desde que empezamos a ser familia, desde que esos dos se amaron y nos amaron, desde que el amor se sintió realizado en dos y luego en 7, y luego en 9 y luego... no lo sé, es muy difícil creer que siga creciendo exponencialmente este amor, porque el origen, los dos que contagian, no llegan por limitación temporal a contagiar a más.
Y son ellos. Nosotros sus hijos sólo estamos contaminados por ellos pero no somos portadores de tanta fuerza.
Tal vez con los años pueda yo contar a mis nietos lo que conocí un día en mi casa, lo que creí que era normal en todas las casas, mis padres.
Puede ser que algún día mis hijos corroboren con sus anécdotas cómo eran sus abuelos, que intentemos entre todos reproducir el vínculo original, pero lo veo difícil.
Es difícil que las estrellas vuelvan a estar en la posición correcta, que los átomos estén rebotando de nuevo a la velocidad perfecta y suceda otro Big Bang. Me conformaré con vivir este amor y verme en los ojos de mis hermanos, cómplices del vínculo, testigos y partícipes del Todo. Perderlo es mi miedo y lo ato escribiendo, mal atado queda.
Casi lloro, estoy con gente así que mejor no leer estas cosas hasta las tres
ResponderEliminarbesos, guapa.
ResponderEliminarGracias, quedo a la espera de tu nuevo blog. Un abrazo
ResponderEliminarFelicitaciones por la familia unida que tienes.
ResponderEliminarUn abrazo.