Memorias

Con el tiempo el recuerdo es menos y la sensación es más.

martes, 5 de octubre de 2010

Penando (feb 2003)

Debía tener 5 años cuando vi al primer muerto en mi vida, no solo fue el primer hombre muerto sino que fue el primero que vi morir, se ha contado tanto esto en la familia que mucho de lo que creo recordar será información que se anexó a la memoria.
Una cuadrilla de hombres armaban la tercera planta de mi casa la cual se terminó un par de años más tarde por razones que “caerán por su propio peso” . Un hombre mayor, tendría unos 40 años, aunque eso no es muy claro porque cuando yo tenía 5 años los de 20 ya eran mayores, levantaba un largo hierro sin ver que el cable de alta tensión le miraba, de pronto un chispazo llamó la atención de todos los que abajo estábamos y vimos caer al patio el bulto. No recuerdo bien el detalle de lo que ocurrió enseguida, supongo que me llevarían donde no pudiese ver nada pero si recuerdo que no se escuchó más el martilleo ni las voces, y cuando digo más me refiero a muchos años más.
Había una sensación de quietud e inquietud a la vez en todos aún días después, recuerdo que mi nana evitaba caminar por ese sector del patio, recuerdo también el jaloneo en mis brazos para zafarme de ella y pararme ahí justo en ese sitio y repasar lo que vi y preguntarle lo que no vi.
Pasarían unas dos semanas del accidente cuando mi padre tuvo que viajar, mi padre era militar, fuerte e inteligente, lo más cercano a un “Juan sin miedo”, mi madre en cambio parecía que le había delegado el trabajo de ser valiente a él para ella encargarse de otras cosas.
Esa noche era negra, fría, con mucho viento, como se ponían las noches cuando mi padre no estaba. Nuestros dormitorios tenían todos unos ventanales que daban a un  patio donde se erguía un gran almendro. Un almendro es un árbol de tronco más bien delgado si lo comparamos con un mango pero igual o más alto y sus hojas son tan grandes que cubren un rostro; cuando bota su fruto se llena de gusanos Pachones, unos bichos gordos y peludos que si te rozan la piel te duele más duro que mil avispas, hay que cazarlos con cuidado si quieres ver cómo se hacen mariposas; lo ideal es un frasco grande de mayonesa vacío, un palo de escoba, un paraguas y un jarabe antihistamínico a mano, esto parecerá demasiado al joven cazador pero la experiencia te enseña que, al final, es demasiado.
Un almendro ofrece muchas experiencias que se graban en la memoria más vividamente que  un hombre cayendo del tercer piso, por ejemplo su fruto, es de forma almendrada, no podía ser de otro modo, está cubierto por una piel gruesa, agridulce, amarilla encima y rosada por dentro, el centro es un trozo como de madera, hay que dejarlo al sol un día cuando menos para poder partirlo con una piedra, no con un martillo, una piedra del porte de tu mano, mejor si tiene alguna hendidura en el centro así atrapa la pepita y la destroza sin que esta se esparza; el golpe ha de ser muy estudiado, si lo haces con demasiada fuerza no comes nada, se mezcla la dulce carne de la almendra con los trozos de su cáscara, si lo haces muy suave al retirar la piedra ésta se te ríe, porque nunca se cuartea, el golpe ha de ser seco, como la caída del muerto al patio, así se rompe pero no se esparce ni se mezcla.
En la oscuridad el almendro hacía sombras en los visillos, ese era el motivo por el que mi madre mandó a hacer gruesas cortinas que se cerraban por la noche cual toque de queda para la luna. Recuerdo que esa noche las cerró más temprano y nos acostó más temprano también, ella se encerró en su dormitorio a leer. Normalmente yo trataba de ganarle al sueño para escuchar las conversaciones que mantenían mis padres cuando creían que ya estábamos dormidos, podías enterarte de grandes secretos, desde lo que alguna profesora había dicho de alguno de nosotros hasta lo que te iban a dar en navidad, pero esa noche no había nada interesante que me mantenga despierta, cerré mis ojos y me dormí.
Todos estábamos dormidos, pero en agosto el viento baila a horas inapropiadas, recuerdo que mi madre entró en mi habitación y me llevó a la suya donde ya había reclutado a mis otros hermanos y hasta a las empleadas, nos ordenó hacer silencio, ella se sentó en una silla, las empleadas en el suelo al pie de la cama, nosotros arropados hasta la nariz, de pronto todos oímos: Shas...shas...shas...shas... y shas; eran 5 shas y el último se frenaba justo frente a la ventana, de ahí venía un largo silencio, al tiempo se reanudaba ese andar pesado.
Cuando íbamos en la tercera ronda de shas  mi madre se puso a rezar, eso era un mal indicio, mi nana me agarró la mano por debajo de las sábanas, la tenía húmeda y muy fría, “Es el hombre que está penando”, dijo y empezó la cuarta ronda, mi madre le contestó: ¡Pues no tiene nada que hacer aquí! Y se levantó frente a las cortinas, esperó el quinto shas y SHASS abrió de golpe cortinas y visillos, a todos se nos heló la sangre pero no vimos nada, sólo el silencio y el silencio es algo que se ve con el estómago, recuerdo que el mío se encogió como cerrando sus párpados.
¡Nadie se levante!, dijo mi madre, pero al primer shas todos nos abalanzamos a la ventana y vimos la cara del espectro. Las hojas secas del almendro agrupadas en el patio se arrastraban con el viento hasta frenarse en la ventana, creo yo que se frenaban muy a tiempo.

2 comentarios:

  1. ¡Ay, Amalia! ¿Cómo se te ocurre contar esto?

    Mejor dicho, cómo se me ocurre a mí leer esto a las 21:49 junto a la ventana que da al parque!!!
    :S (me atuté)

    (ojalá pueda dormir)

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